Córdoba obrera
8M: fue un día para acompañar a las familias y amigas de las víctimas
Por Utz Lucía Gregorczuk • 09/03/2021 08:00 • Tiempo estimado de lectura: 5 minutos
Gabriela. Ivana J. Nilda. Melisa. Liliana. Miriam. Ivana M. Katherine. Son mujeres que nos faltan. No son números de una estadística del horror. Eran mujeres con sueños, familias, amigas.
En la barredora están familiares, amigas, madres, hijas, hermanas, amigos de las víctimas de femicidio.
Hay algunas agrupaciones, pero también mucha gente autoconvocada con reclamos diversos.
Detrás están la familia y les compañeres de militancia de Emilse Gajes y de Elizabeth Andrade Villca.
Muchas de la familia de Katy tienen anteojos de sol. Es todo muy reciente.
La tristeza y la bronca es palpable en este encuentro. Hay compañeras de militancia muertas, en Córdoba los casos de violencia crecen.
Hay una piba peleando por su vida en la Cumbre. Lo menciona un grupito de chicas de secundario. «Tiene mi edad», dice una de ellas.
Y acá están, encontrándose una vez más y gritan «‘¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta Feminista!».
La Emergencia Nacional se hace cada vez más urgente y necesaria.
Esta marcha del 8M de Córdoba se siente más barrial, hay organizaciones de base, sociales, culturales y vecinales, que se reconocen de muchas luchas.
Esta vez muchas de ellas, que generalmente se encuentran por reclamos de territorio, alimentación o salud, están porque les falta una compañera de militancia.
Y duele. Hay pocas intervenciones artísticas, muchas mujeres van vestida de luto.
Hay familias, mucho piberío, también hay hombres de todas las edades, que han perdido una familiar.
Es como si el 3J del Ni Una Menos se hubiese trasladado unos meses antes. «Por las que ya no están».
Y no es fiesta, como el año pasado que a pesar de todo el dolor, se veían las sonrisas, se escuchaba música, se daban abrazo. El 8M de 2020 fue la última gran marcha sin barbijo.
Muchas amigas vuelven a reencontrarse en las calles, después de casi un año.
«La última vez que nos vimos fue en el último 8M y no teníamos idea de lo que se venía», comenta una mujer con canas y tatuajes, a una chica jovencita de pelo violeta.
«Y mi mamá todavía no se anima a salir», se adivina por el diálogo que la mujer de los tatuajes es amiga de la mamá de la chica. Se agarran el brazo, siguen delante, charlan.
Generaciones unidas en varios reclamos.
La sociedad debe tanto, la justicia debe vidas, protección, contención. Hay víctimas que no sólo murieron en manos de sus femicidas, sino también por el abandono estatal.
Las madres que se sostienen entre ellas, en la barredora que va al frente, cantan y avanzan.
Las trans acompañan y reclaman por sus amigas asesinadas y/o abandonadas por los gobiernos.
Las mamás protectoras contra ASI (Abuso Sexual en la Infancia) caminan junto a ellas, rompiendo el silencio. Por primera vez hay un bloque de niñes que marcharan juntes y segures.
Los reclamos se unen y resuenan en distintos nodos: salud, trabajo, derechos, basta de matarnos.
La marcha va rápido. Son muchas, muches, pero también se nota que el interior de Córdoba se ha fortalecido en su territorio y no está en las calles del centro cordobés.
No es algo malo, al contrario: que cada ciudad, pueblo o zona, pueda organizar sus propios espacios para visibilizar sus reclamos, habla de cómo la pandemia llevó a la gente a hacer nido, comunidad.
Y en Córdoba caminan los barrios. Todos, quizás.
En pleno centro, ese centro que se jacta de su policía y de su código, caminan les pibes de los barrios periféricos, las chicas de AMMAR, las comunidades indígenas, las compañeras bolivianas, algunas pocas personas del interior, las militantes trans, feministas de Paraguay, lesbianas, bisexuales, compañeros trans, en fin, las vecinas y vecines de esta ciudad cosmopolita y diversa.
No hay música, por disposición del COE. Los números artísticos son pocos a lo largo de la marcha.
Algún candombe suena. El baile, el color, la risa, siempre se cuela y rompe con el dolor por un ratito. Y sana.
Al llegar al final del recorrido, las representantes suben a ese escenario que se pagó entre muches, porque a menos de 24 horas del Paro Internacional Feminista, la Municipalidad canceló el escenario que había garantizado, para acompañar el acto de cierre.
El 8M se conmemoran a las víctimas de femicidio, con nombre y apellido. Personas reales que tenían familias (están presentes), amigas (que se abrazan entre la gente), hijes que no pueden estar por cuidado de su intimidad.
En el escenario también se habla de Emergencia Nacional Ya, de recursos, contención, salud, oportunidades, de una reforma judicial feminista, de responsabilidad de la policía, la Justicia y el Estado.
Se menciona caso por caso.
Son muchas las mujeres asesinadas. Son otras tantas las desaparecidas, algunas en Traslasierra, como Delia.
A todas se las conmemora y se pide justicia por ellas, aparición por vida por las que aún no vuelven.
El acto finaliza rápido, pero los grupos de amigas y amigues se forman a lo largo de la Vélez y parte de la Hipólito Irigoyen.
Porque vivas se quieren, sólo queda bailar un poco, reencontrarse, ponerse al día, hacer fiesta a pesar de todo y, al final de la jornada, seguir marchando porque «ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven»… suena de fondo.