Feminismos
Diálogos feministas desde Córdoba: Bea Silvera
¿Hacia dónde vamos? ¿Qué debería hacer el movimiento transfeminista? ¿Cuáles son los desafíos hoy? Entre la preocupación, la inquietud y la esperanza, conversamos con una compañera de la primera línea: Beatriz Silvera, militante popular y feminista, integrante de la organización social La Poderosa.
Por Redacción La Tinta • 10/11/2023 09:54 • Tiempo estimado de lectura: 7 minutos
“Soy militante y creo que es de las cosas que más me enorgullece en mi vida”, empieza Bea. Nos recibe en su casa en Yapeyú, una barriada al este de la ciudad, junto al río Suquía. Desde hace unos cuatro años, Bea decidió organizarse con sus vecinas, cuando se apropió de las luchas que antes veía lejanas, aunque le tocaban de cerca. Se define como sobreviviente y la acompañan las historias de sus hermanas Pachi y Mónica, víctimas de violencias patriarcales. “Hice mías esas luchas. Estoy parada acá porque me interpelan -nos dice-, antes no me sentía parte, pero ya no me siento una extraña”.
—¿Por qué te acercaste al feminismo? ¿Qué fue lo primero que te convenció?
—Pasaron muchas cosas. A la palabra “feminismo” la encontré en mi casa, en mi hija y todo lo que soy también, la construcción que yo pueda tener me la dio mi hija. A veces preguntaba cosas y ella me respondía con libros. Siempre me gustó leer, leo desde muy chica y creo que la Noelia me fue formando a través de la literatura. Sabía que ella militaba, pero yo no tenía una formación clara de qué hacía. Es más, muchas veces me preguntaba por qué les gusta andar tanto en la calle, pero me lo planteaba yo, nunca le hice ningún planteo a ella.
A medida que iba leyendo, me fui dando cuenta que tenía que estar ahí porque me salvó la vida, porque yo, en aquellos años, tenía una pareja y vivía con mucha opresión, y me permitió separarme y decir: «¡Esto no quiero para mí! Sí, me voy a quedar sola, voy a pagar el precio», pero aprendí a separar lo que no quería para mí, fue un proceso.
Mi primera marcha fue un 3 de junio, nunca había ido a una marcha y no sabía si iba a llegar. Caminaba, caminaba, caminaba en la marcha y en todo momento tenía en la cabeza a mis hermanas y era como si ellas me dieran fuerzas, y caminé toda la marcha, nunca me cansé y desde ahí no paré.
—¿Cuándo y cómo comprendiste que lo que le había pasado a tus hermanas eran violencias de género?
—Mucho después… De Pachi (murió por un aborto clandestino), no entendimos lo que le había pasado hasta mucho después, porque vivía en Río Cuarto y la internaron de urgencia allá, no la pudimos traer. A Mónica, la mató el marido en el 92. Nosotros, en aquellos años, creíamos que la había matado porque la quería, porque como se había separado, decíamos: “Bueno, a lo mejor no se bancó que lo dejara”. Cuando aprendimos lo que era vivir en una continua violencia y opresión, cuando aprendimos a distinguir eso, fuimos mutando, porque no hablábamos de eso antes, en eso avanzamos con el feminismo.
Hoy, tenemos una ley para los femicidios, pero en lo personal, creo que las leyes son punitivas. Pareciera que eso sirvió para que los violentos se enerven más, ahora cada 24 horas matan a una mujer. Metés preso a uno y después todos los días hay otros tipos matando mujeres. Creo que hay que apostar a la educación, empecemos a educar a los pibes… Encima también tenemos esa tarea de educar a los pibes que parimos para que no nos maten el día de mañana, además de todas las tareas que ya tenemos… Pero sí, es apostar a eso y a la ESI (Educación Sexual Integral), que ahora se reniega tanto y no se cumple.
—Decías que sos una sobreviviente…
—Yo soy una sobreviviente porque he atravesado creo que todas las violencias habidas y por haber. Desde la violencia de no poder acceder a un estudio, porque mi mamá tuvo nueve pibes, yo soy la mayor y laburamos desde los 8 años. La violencia me acompañó por siempre, estoy desfigurada. He atravesado todas las cosas feas que hay, pero no me victimizo, me siento orgullosa de ser una sobreviviente, porque la puedo contar, porque mis hermanas no la pudieron contar. Estoy sana, puedo militar, puedo ir, venir, puedo abuelar, puedo maternar, puedo abrazar a lo que más amo en esta vida que es mi familia. No me quedé con eso que me pasó, ya está, cerré la puerta, no guardo rencor, no me quedaron más que como anécdotas de mi vida, pero no me pesan.
—Pareciera que, al contrario, esas experiencias hacen que comprendas y ayudes a otras personas.
—Es que te sirve, porque cuando vos te encontrás con una persona que te cuenta una situación de violencia, sabés lo que está sintiendo porque lo viviste en tu propio cuerpo. Creo que todas esas cosas te terminan sensibilizando para que puedas hacer algo, porque, en definitiva, nosotras fuimos víctimas.
—¿Cómo ves que estamos como movimiento transfeminista en Argentina y en Córdoba?
—Creo que nos falta un montón. Hay muchos sectores que son biologicistas todavía y creo que las disidencias siguen sufriendo las mismas opresiones, la misma violencia. Si bien avanzamos en el famoso código de faltas, aún a las compañeras trabajadoras sexuales las siguen metiendo presas. El cupo laboral (travesti trans) tampoco se cumple, la salud integral tampoco se cumple, talleres para informar sobre el proceso de hormonización tampoco los dan, no baja a los territorios. Hay un montón de personas odiadoras y biologistas que tratan a las disidencias sexuales mal, con tanta humillación. Y en la lucha, desapareció Tehuel y a cuántas personas ves diciendo: ¿Dónde está Tehuel? A esa bandera no la levantamos más. Entonces, se consiguió mucho, pero también hay un montón de caretaje. Suceden cosas horribles y no veo gente alarmada. En Bouwer, hay mujeres muertas y nadie habla. Qué raro, parece que hay muertes que son selectivas y son mujeres muertas por el Estado. No sé si es que elegimos ciertas muertes para luchar o tenemos miedo de que nos digan que defendemos choras. Cada vez que hay un juicio por gatillo fácil, somos siempre las mismas personas.
Hay una gran parte del feminismo que no habla de todo esto, hay que empezar a levantar esas banderas, si no, solo nos interpelan las mujeres que son muertas por los machos y le lavamos la cara al Estado. Porque esa mujer murió porque el Estado no estaba y encima criminalizan a las madres y no, nosotros educamos y después la vida se encarga de nuestros hijos. Nadie cría a alguien para que sea delincuente, queremos lo mejor para nuestro hijo, pero a veces se los come el barrio, a veces se los come la pobreza y nos gritan: “Por qué no criaste bien a tu hijo”, encima con todo lo que nos cuesta criar un hijo. Son todas deudas del feminismo.
Igual hemos conseguido cosas, lo más importante fue la ley (de Interrupción Voluntaria y Legal del Embarazo). Si bien todavía tiene su falencias, porque hay lugares donde no se aplica, donde cuesta, donde no hay suficiente información, esta ley todos los días le salva la vida a alguien. Fue nuestra gran conquista y fuimos una marea que no la quebraba nadie. Fuimos un movimiento que nos replanteamos y lloramos y saltamos y nos abrazamos. Pero el tiempo lo quebró y la política también. Quizás nos relajamos, nos dividimos. En la última movilización (del 28S), hubo una marcha en un lado y otra marcha en otro lado, y somos las mismas que en algún momento estábamos todas juntas en la plaza. Capaz porque nos volvemos partidarias, porque eso fue más fuerte que nuestra lucha, que nuestro empoderamiento, capaz es porque nos olvidamos de nuestra propia agenda. Después del resultado de las PASO, creí que habría un quiebre y nos íbamos a unir, porque el monstruo nos va a hacer pelota a todas. Pero no y la división trae aparejada que le saquemos peso a la calle.
FUENTE: La Tinta. Nota completa Aquí.