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Diego Eterno: el funeral de todos los tiempos

El Diez vivió como jugó, con intensidad y desenfreno. En el último acto, su despedida, hubo otra función maradoniana.

Desde que Maradona agarró la pelota en mitad de cancha hasta que la depositó en la red pasaron sólo once segundos. Dos a cero a Inglaterra en un Azteca repleto. Suficiente para que ese efímero lapso quedé eternizado en un relato que es himno, fotos que son obras de arte, un dribling que es remera y anécdotas vividas en ese momento o en cualquier reproducción de video.

Esa jugada coreográfica y de perfecta performance, es la muestra de lo maradoniano: hambre de gloria, genialidad, grito colectivo, sentir nacional, descaro, torbellino y acción redentora (sólo unos minutos antes había hecho un gol ilícito).

Como en esos once segundos, como en toda su vida, adentro o afuera de la cancha y, como no podía ser de otra manera, en su funeral. Allí también vimos todo lo que genera (¿o generaba? Quizás nunca hablemos en pasado). Pasiones, fanatismo extremo, convivencia conflictiva, reverencia mundial y odio de clase.

Desde el anuncio de su muerte se vislumbraba un funeral intenso o dicho con otro adjetivo más preciso: maradoniano. Desde las primeras horas, multitudes reunidas en Villa Fiorito, en su casa en Tigre, en la Paternal y en la Boca, se reunieron para inmortalizar al diez con ofrendas que parecían preparadas desde el mismo 30 de octubre de 1960. Especies de santuarios, murales, grafiteadas en una comunión y liturgia que siempre acompañó al diez. No importaba la pandemia ni el distanciamiento social, tampoco el lugar ni normativas. La multitud, el Pueblo, acompañaba al cuerpo del Diego, como hace décadas.

La predisposición del gobierno nacional para canalizar la manifestación popular, chocó con el círculo familiar estrecho. Lo que pudo ser días de peregrinar del pueblo, duró solo poco menos de diez horas. En ese corto período tuvimos todo lo que el repertorio que sólo el astro puede lograr. Imágenes únicas desde la plaza, aluvión de saludos de todo el arco imaginable de personalidades del fútbol, deporte, política y espectáculo, pero también idas y vueltas, descontrol y sin sentidos.

En la plaza convivían hinchas, familias, fanáticos. Pero también las barras bravas, prensa y las fuerzas de seguridad. Un combo explosivo, como las declaraciones de Maradona, para que la despedida tenga todos los estados de ánimos y situaciones posibles: llanto, alegría, gratitud, cánticos, represión, desorden, amargura, bronca. Sentimientos encontrados, contradictorios, pero intensos, como los de Diego.

Quizás al funeral le faltó una sola imagen: la del interior copando los accesos a Buenos Aires para despedir al ídolo. Así como no tuvimos la foto del gol en la final en México 86, tampoco el Diego tuvo la del peregrinar del Pueblo Argentino dándole el último adiós.

Desde el anuncio de su muerte se vislumbraba un funeral intenso o dicho con otro adjetivo más preciso: maradoniano

Nos perdimos esas caravanas en la ruta. Quizás fue la pandemia o el núcleo familiar del diez.  O, quizás, simplemente era necesario que el funeral de Maradona sea maradoniano, intenso y pasional, de tal manera que lo efímero se convierta en eterno, como la jugada de todos los tiempos que duró solo once segundos, pero para “el país siga siendo un puño apretado gritando por Argentina”.

Así fue su vida…

Así fue su despedida…

Asi somos…

Como Maradona.