Nacionales
Los nativos del interior
PrensaRed. Por Graciela Pedraza.
Las polémicas expresiones del presidente Alberto Fernández acerca de nuestra identidad como nación han dejado mucha tela para cortar. En una cita confusa afirmó que “los mexicanos salieron de los indios, los brasileros de la selva, pero los argentinos llegamos de los barcos, y eran barcos que venían de Europa, y así construimos nuestra sociedad” y reabrió un viejo lugar común que niega las raíces indígenas desde una mirada porteña y europeizante.
La inesperada expresión del presidente Alberto Fernández, respecto a que los argentinos descendemos de los barcos, trae a la memoria uno de los tantos nefastos exabruptos de Mauricio Macri, aquella vez frente al rey de España, durante el aniversario de nuestra Independencia.
Sin embargo, la remanida frase de Octavio Paz (en medio de otras equivocadas) puesta en boca de este presidente, de signo e ideas totalmente diferentes al hombre de la reposera, debe impulsarnos a reflexionar sobre lo que encierra. Y la idea que prima, porque subyace, es esa visión europeizante que no nos podemos quitar de encima y que los porteños se encargan de cultivar con más ahínco que el resto del país. Una mirada enraizada en un centralismo que se considera el ombligo argentino, situación irresoluble por el momento.
La Argentina es multiétnica, una región con fuertes raíces indígenas que a lo largo de los siglos intercambiaron óvulos y esperma con los que vinieron de afuera. De afuera. Es decir, los extranjeros.
Una investigación publicada en 2017 por el Instituto de Antropología de Córdoba de nuestra universidad nacional, reveló que “De acuerdo a los resultados, el 76 % de los habitantes contemporáneos de Córdoba posee linaje materno indoamericano, mientras que una proporción menor es de origen europeo (16%) y africano (8%) …”, mientras que “por línea paterna, la ascendencia es, en cambio, mayormente europea”. Si uno se toma tiempo y apoya la ñata en ese estudio, y en el mapa que ahí figura (1), encontrará varias sorpresas. ¿Acaso otras provincias aplicarían distinto?
Ahora bien, ¿por qué esa persistencia en no asumir lo que en verdad somos?, ¿por qué machacar con esa colonizada retórica? ¿Tenemos que ser blancos, rubios y de ojos celestes, además de simpáticos, para quedar bien con el FMI, con el club de París y con cuanto organismo y/o país nos ha saqueado económica y culturalmente?
Se ha dicho en muchas oportunidades que el área de comunicación del gobierno nacional no funciona como debiera, que los asesoramientos son débiles y etc, pero más allá de eso, el presidente no puede desconocer el efecto que sus palabras causan en toda la sociedad y sobre todo en los pueblos originarios, permanentemente perseguidos, hostigados, expulsados -cuando no muertos-, del territorio que les corresponde.
Los inmigrantes que llegaron a la Argentina, la mayoría con una mano atrás y otra adelante, ayudaron al crecimiento del país al tiempo que también ellos crecían, reconocemos ese origen, ese esfuerzo y asimilación a la nueva tierra, de la misma manera que admiramos a nuestros antepasados, habitantes originarios que agacharon la cabeza, el cuerpo entero, para poder resistir. Pero doblegarse, no es quebrarse. Por el contrario.
Hay una fuerza que repta por canales que los gobiernos -y menos aún los porteños- alcanzan a percibir. El interior del interior es todavía territorio virgen para muchos, y cuando los grandes medios se ocupan de los sucesos que estallan “en las orillas” (Rafael Nahuel, Santiago Maldonado), es solo un espasmo maloliente, porque chapotean sobre los muertos y después se van.
Lxs periodistas no pisamos el limbo. Lxs periodistas de verdad siempre hemos estado del lado de los que no tienen voz, bregando para que la tengan, para visibilizarlos. Los otros se llaman escribas, amanuenses dispuestos a escribir o decir lo que el poder les dicta. O les paga. Pero aunque marcamos esta diferencia, o por eso mismo, no sirve hacer la del avestruz, porque en todo momento es imperioso dejar constancia de qué lado nos paramos. Y mirar todo el mapa y el contexto. Y mirarnos