Judiciales

¿Por qué dispara un policía?

El veredicto dado a conocer en el caso de Blas Correas, joven asesinado por la Policía de Córdoba, nos deja dos importantes definiciones. Por un lado, establece que se trató de un caso de violencia institucional; por el otro, menciona la expresión Nunca Más como objetivo de uno de los puntos del resuelvo. Resta conocer todavía los fundamentos del fallo, pero las dos definiciones, más allá de las condenas a los policías involucrados, son novedosas para un fallo judicial y potentes con relación a la problematización de un fenómeno que ya es oficialmente reconocido.

Por Redacción La Tinta • 11/04/2023 15:35 • Tiempo estimado de lectura: 7 minutos

La visibilización del caso de Blas Correas logró instalar en la agenda pública la consigna Nunca Más, lo cual implica que, además de la condena a los responsables, son necesarias acciones para que estos hechos no se repitan. La consigna es heredera de las luchas de los organismos de derechos humanos en relación a la última dictadura militar.


¿Cómo hacer efectivo el Nunca Más en casos de gatillo fácil? La respuesta no es sencilla y depende de múltiples factores, pero necesariamente debe poder responder a una pregunta fundamental. ¿Por qué un policía dispara el arma reglamentaria en un contexto en el que no está justificado hacerlo? La respuesta es compleja, pero merece el esfuerzo de la reflexión si queremos vincular la noción de justicia a la de Nunca Más, sobre todo, en casos de violencia institucional con resultado letal.


Cuando un policía dispara un arma, tiene el pleno conocimiento de que su acción puede desencadenar un resultado letal y eso puede acarrear consecuencia a sus propios intereses. Es verdad que el grado de impunidad para estos casos es alto, pero es probable que quien realiza la acción termine perdiendo la libertad.

Existen al menos tres niveles de análisis para poder responder a la pregunta de por qué un policía dispara cuando no se estaba justificado.

En un primer nivel, de corte individual, deberíamos analizar que  no todos los policías disparan el arma frente a la misma situación.  Eso implica que existen componentes individuales de la personalidad de cada policía que, ante una misma situación, harán cosas diferentes.

Sin embargo, esta respuesta no alcanza para poder responder a la pregunta. Como en toda institución pública, existen malos y buenos funcionarios, pero este nivel micro de análisis se queda corto en responder a una pregunta densa, sobre todo, cuando se trata de un fenómeno sistémico y no de un mero caso aislado. Debe complementarse con un nivel meso que permita responder cómo es posible la conducta (disparar el arma) en una determinada institución (la policía). Por eso, más allá de que existan policías buenos y malos, hay instituciones policiales mejores que otras. Hay elementos institucionales que hacen posible determinados fenómenos y que esos fenómenos sean más o menos frecuentes. Sería imposible atribuir una causa única a las múltiples formas de violencia institucional que aplican las fuerzas de seguridad. Sin embargo, varias investigaciones demuestran que existe una fuerte ligazón entre el cumplimiento de un mandato -generalmente vinculado a una concepción hegemónica de masculinidad- y la construcción de prestigio hacia dentro de la fuerza. Esta ligazón, lejos de hacer que la violencia se perciba por los agentes como algo negativo, se transforma en legítimo y, con ello, aseguran su reproducción pues se es valiente (y, por lo tanto, hombre) cuando se produce una determinada violencia que no solo se tolera, sino que se festeja, incluso, socialmente.

Las investigaciones etnográficas sobre labor policial que vinculan la construcción del prestigio hacia dentro de la fuerza con la utilización de la violencia -que a veces es legal y a veces no- ponen en tensión a la capacitación y formación como herramienta salvadora de todos los males policiales. Tanto en los discursos sociales como en las políticas públicas, se asume que la formación, capacitación y (re)entrenamiento policial por sí mismos pueden brindarnos una policía más eficiente, menos violenta y con menores niveles de corrupción, desconociendo cómo cierta violencia expresiva se asume como legítima en virtud de una cultura institucional propia que comienza a transmitirse y a (re)producirse precisamente en las propias escuelas de policía. En otras palabras, cómo cierta formación es reproductora de estos modelos en que la violencia aparece legítima. Más que formación de cómo usar un arma, hay que pensar en formación de cuándo no usarla, por lo menos si queremos reducir la violencia institucional.

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Pero  la pregunta de por qué un policía dispara debe completarse con un nivel macro que se encuentra en una cultura política que permite la circulación y reproducción de discursos de guerra y combate a quienes son construidos como productores de inseguridad.  Es decir, en la circulación de los discursos de odio que erigen como enemigos a determinadas personas con menos derechos. Estos discursos construyen a determinadas personas como sujetos matables, seres desechables cuya vida ya no cuenta con el valor vida. Cuando Giorgio Agamben define la nuda vida, se refiere a “una vida a la que cualquiera puede dar muerte impunemente”.

Planteamos que quien ejerce la violencia institucional no lo hace por ser esencialmente malo o por ser un monstruo o un criminal innato, como planteaba la criminología positivista. Son personas comunes, padres, hijos, vecinos que, en un determinado contexto en el que un discurso produce sentidos y construye subjetividad, terminan ejerciendo violencia institucional. La falta de reflexión crítica no atenúa la responsabilidad moral y jurídica. Dice Hannah Arendt: “En el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales”.

Se torna urgente construir diques de contención contra la banalidad del mal que viene en forma de violencia institucional. Esos diques se construyen a partir de diálogos intersubjetivos que permitan poner en tela de juicio la crueldad de la violencia institucional y, sobre todo, cuestionar los discursos hacia dentro de las fuerzas y también discursos sociales que sostienen como tolerable e, incluso, deseable la muerte de algunos.

(Imagen: Ezequiel Luque / La tinta)

Habrá que pensar mecanismos individuales de control del comportamiento del personal policial, como exámenes psicológicos. Pero, por sobre todas las cosas, el Nunca Más en los casos de violencia institucional se conforma a partir de mecanismos institucionales que permitan reflexionar hacia dentro de las fuerzas sobre el valor de la vida.

También es fundamental reflexionar sobre qué mecanismos sociales se utilizarán para moderar los discursos del odio. ¿Es viable plantear un Nunca Más a la violencia institucional si hay vecinos que proponen el aniquilamiento del otro como mecanismo para controlar la inseguridad? ¿Es posible evitar que se repitan los casos de gatillo fácil cuando, en los grupos de WhatsApp, los vecinos piden que la policía intervenga con brutalidad? Si la defensa de la propiedad de algunos justifica la disminución del derecho a vida de otros, parece difícil que el Nunca Más sea una meta a corto o mediano plazo.

No hay democracia posible si creemos que existe una guerra contra la inseguridad o que hay enemigos que merecen menos derechos. Sin una profunda reflexión social sobre la importancia del valor vida de todas las personas, no hay un verdadero Nunca Más.

FUENTE: Por Lucas Crisafulli para La tinta. Imagen de portada: Fernando Bordón