Política y Economía
Una derecha temeraria, hija de un reformismo cobarde
Por Sergio Tagle
Vox define al Partido Popular de su país como “derechita cobarde”. Si Javier Milei le dice izquierdista a la ONU, Vox reprocha al PP ser tibiamente derechista. Por este motivo, este curioso posfranquismo mileísta admira a nuestro presidente: es una derecha valiente hasta la temeridad.
La batalla cultural de LLA es “más gramsciana” que la kirchnerista. Mientras ésta acotaba la lucha a lo simbólico, la primera es materialista en el sentido que le daba el marxista italiano: se trata de articular cambios culturales con alteraciones de las bases de la sociedad que se quiere cambiar. El gobierno revisa la Historia valorizando por derecha el liberalismo del siglo XIX y el terrorismo de Estado de la última dictadura; destruye trincheras simbólicas de sus enemigos como el INADI, INCAA, CONICET, Universidad y educación pública en general, entre otras batallas culturales. Pero, al mismo tiempo, socaba cimientos del sistema a destruir. Lo hizo primero con el DNU 70/2023, después con la Ley Bases. El RIGI le permitiría dejar al Estado Nacional al borde de su disolución. Y no descuida la aniquilación política de sus enemigos sociales: piqueteros y sus movimientos, trabajadores en tanto potencial sujeto social resistente a través de la reforma laboral. E inhibe la protesta pública de todos con la represión.
De esta manera se producen cambios estructurales y perdurables en el tiempo. Es lo que no hizo el reformismo argentino posdictadura. Que debió hacer, no para terminar con las bases del capitalismo dependiente argentino, porque ese nunca fue su propósito. Sí al menos para estabilizar una democracia sin lugar para el neoliberalismo inaugurado por la dictadura con antecedente en el Rodrigazo de 1975.
Del 54% de Cristina al 56% de Milei
El peronismo kirchnerista, en 2011 decidió que hasta ahí había llegado su voluntad de reformas, orientadas hacia la justicia social y la independencia económica. Cristina Kirchner fue reelecta con el 54% de los votos. Gobernó sobre el suelo macizo conformado por el PJ, la CGT, mayorías legislativas, gobernadores, intendentes; organizaciones y movimientos sociales; monopolio de la movilización callejera, juventudes que querían o decían querer actualizar al peronismo revolucionario. Es decir, contaba con un volumen de poder político incomparablemente superior al que tuvo Milei cuando asumió a la presidencia. Las tan mentadas “relaciones de fuerzas”, fundamento de la militancia, periodismo e intelectualidad kirchnerista para justificar la cobardía reformista de su lideresa, estaban más que dadas para avanzar por izquierda, eso que tan bien hace Milei por derecha. Pero diluyó la consistencia de la justicia social en inclusión; la retórica de la “emancipación” quedó acotada al necesario pero insuficiente reconocimiento de las diversidades.
El radicalismo, por su parte, dejó a la socialdemocracia alfonsinista en las puertas de la Convención de Gualeguaychú, cuando decidió su alianza con Mauricio Macri y el PRO.
Milei es consecuencia de 40 años de reformismo cobarde. El presidente actualiza por derecha una consigna setentista: “del gobierno al poder”. Así, proyectos de cualquier ideología logran cambios estructurales que impidan el retorno de sus antagonistas. Es lo que Milei está haciendo con su “nunca más” al populismo; al socialismo y al comunismo, como dice su discurso de Guerra Fría. Más allá de estas extravagancias lingüísticas, hace lo correcto. Tiene un horizonte utópico, el anarcocapitalismo. Y un “programa de transición”: la destrucción del Estado de Bienestar o de sus restos. Para que no vuelva.
La sociedad argentina está mostrando síntomas de despabilamiento a través de una gradual quita de apoyo al gobierno registrada por encuestas y los paros y movilizaciones que se avecinan. La oposición sigue (igual o más de) timorata, cualidad que demostró en el tramo más largo de sus años de gobierno. Sabemos la diferencia entre valentía y temeridad. La primera vence al temor y avanza. La segunda no siente, arremete irreflexivamente, no mide consecuencias. “Puede fallar”. La derecha temeraria podrá ser vencida si lo social que se despereza se convierte en valentía popular organizada.