Medio ambiente y sustentabilidad

Córdoba: Copacabana no tiene mar pero le sobran incendios

Por Redacción PrensaRed • 24/07/2021 12:00 • Tiempo estimado de lectura: 8 minutos

El año pasado se quemaron alrededor de 340.000 hectáreas en la provincia de Córdoba, unas 14.000 en la zona de Copacabana, al norte de Punilla. El escaso bosque nativo fue nuevamente devastado. Ahora, a un año de aquello, el fuego inició su siniestro recorrido: Cosquín, Malagueño y Alta Gracia, mientras otras llamas estallaron a escasos metros del Museo de la Memoria La Perla. Mucho show, cero prevención. Volvamos a Copacabana.

Miércoles 21 de julio 2021. Ruta 38, valle de Punilla. Hay que atravesar las ciudades turísticas -La Falda, La Cumbre, Capilla del Monte…- y unos nueve kilómetros después de Charbonier, un cartelito blanco, pequeño, sobre la derecha, avisa que doblando por ahí se va a Copacabana, pueblo de artesanos. Lo que no dice la señal es que los veintiséis kilómetros son de tierra y en muy mal estado.

Tierra de comechingones. En los primeros tramos asoman algunas cañadas y vallecitos sombreados por molles, jarillas, espinillos y algarrobos, mientras se trepa la serranía con sus paredones de arcilla rojiza. Un poco más allá nos topamos con pastizales secos, árboles y palmas heridas de negro; son la memoria de cómo ardió todo. Sin embargo, ahí nomás, este mismo miércoles, muy cerca de la escuela Nicaragua… un hombre prende fuego a un montón de hojas, palos y vaya a saber qué.

Parece increíble que un lugareño (foto), testigo de semejantes incendios pocos meses atrás, responda a la advertencia furiosa con un:

– ¿Y qué quiere que haga con la basura?

– ¡Haga un pozo y entiérrela! ¿No sabe que está prohibido el fuego? ¿No sabe lo que puede desatar si cambia el viento?

La amenaza de denuncia no le mueve un pelo. Se encoge de hombros y su mirada parece invitar a que el pozo lo cave yo.

Copacabana, en el departamento Ischilín, es un pueblito de casas dispersas que rasguña los trescientos habitantes, o un poco menos, calcula Mónica Correa, nativa de allí, quien atiende la cabina pública. Da las razones, “hay jóvenes que hacen sus artesanías con la palma caranday: canastos, costureros, posa fuentes, pero el incendio arrasó con las plantaciones y entonces bajan a Capilla o a Carlos Paz para ver si consiguen algún trabajo. Quedaron plantas, pero no todas las hojas son buenas para trenzar, yo misma soy artesana y distingo que algunas no sirven porque se quiebran. Y las que se quemaron tardan siete años en recuperarse”.

Mediados de agosto del 2020. Durísimos fueron los embates. Ninguna película puede reflejar la realidad. El cielo que se tiñe de rojo y a veces de negro y se convierte en una vorágine de humo y calor. Ruido y furia. Catorce mil hectáreas se quemaron tan solo en Copacabana y alrededores.

En la mirada de Mónica apunta la tristeza. “Estuvimos doce días llamando a los bomberos de Deán Funes. Sabíamos que el fuego se nos venía, porque siempre viene del mismo lado, arranca del Río Pinto y llega acá. Es así y lo sé porque aquí nací y aquí he vivido siempre. Día tras día nos contestaban que estaba todo controlado, mientras el fuego avanzaba y nosotros sabíamos que si llegaba a determinado lugar, estaríamos perdidos. Nos decían que no tenían autorización para entrar en los campos y repetían que todo estaba controlado”.

Nadie puede imaginar la desesperación que invade cuando ves el fuego a un kilómetro de tu casa.

La hora señalada 

El jefe comunal se llama Ernesto Quinteros, “tengo 63 años, soy un ganadero que ha vivido aquí toda su vida, tengo campos y le puedo decir que prácticamente todos los incendios son intencionales. La primera quemazón fue en el año 80. Arrasó con algarrobos que tendrían doscientos o trescientos años, molles… y desde esa época hemos pasado por seis o siete quemazón. Siempre vinieron del mismo lado, Cañada del Río Pinto, Villa Albertina, de ahí salen. En Copacabana los incendios hacen desastres por las palmeras caranday, que son un combustible para el fuego y una desgracia para los artesanos”.

Los bomberos de Deán Funes no respondieron cuando se les pidió, eso dicen los pobladores. Quinteros hace una pausa, “mire, hay diferentes formas de ver esto. Como ganadero le digo, yo los llamé pero… el bombero en los campos no hace mucho, porque necesita que haya un camino para llegar con los camiones con bombas. Y caminos no hay. Mis campos fueron los que más se incendiaron. Durante cinco días contraté y pagué con mi plata a treinta y siete personas para que hiciéramos una picada para esperar al fuego, para que no se quemaran las palmeras y tampoco mi campo. Cuando estábamos con todas las personas que le dije, no había ninguno de esos a los que les conviene la quemazón. Sí colaboraron los que se dan cuenta lo que esto significa. Nosotros somos gente de campo, no tenemos las herramientas necesarias. Le vuelvo a decir, abrimos en esos días una calle, ancha, habíamos limpiado todo un lado y el fuego apareció del otro lado”.

Ni bomberos ni Defensa Civil abrieron la inmensa picada. Fueron los pobladores. ¿No corresponde a la Secretaría de Ambiente, al Plan Provincial de Manejo del Fuego ocuparse de eso?

Quinteros sonríe. “Le voy a decir. Les habíamos pedido desde antes porque sabíamos que se nos venía el fuego. Hablé con Diego Concha. Y no fueron. Llegaron todos después, cuando no quedaba nada. Doscientos bomberos vinieron cuando ya era tarde, porque al fuego tienen que abatirlo ahí, no esperar que tenga un frente de diez kilómetros, ¿cómo van a combatir algo así?

Yo tengo tractor, en mi casa tengo seis o siete mochilas para el fuego, tengo vehículos, con mi hermano llevábamos tachos de agua, hicimos una defensa de sesenta metros pelados, sacamos la mugre, quedó sin nada, una gran picada para que el fuego no pasara de ahí. Entonces usted espera ahí, en ese lugar, porque sabe que el fuego no puede pasar. Pero pasó. Pasó porque hubo una mano negra, y el fuego pasó también por mi campo y a las dos horas estaba en la ruta 38. En Charbonier hizo desastres”.

 –¿Y cómo es que pasó el fuego con semejante defensa, mucho más ancha que un camino?

“Mire, yo tengo una discapacidad en la vista, pero ese día en el lugar también estaba mi hijo, toda mi familia, y mi hijo señaló a un tipo y le dijo: fuiste vos. Le digo una cosa, hay gente que no piensa en parar el incendio, piensa en la dádiva. Soy jefe comunal y ayudo a la gente, pero no me gusta la dádiva. Las ayudas que da el gobierno -y mire que yo soy de Unión por Córdoba- a veces llegan a quien no se le quemó nada… se lo he dicho a la policía ambiental, a la legisladora (1), a gente del gobierno, pero no escuchan. No lo entienden. Se les da doscientos mil pesos, doscientos postes, ¿pero cuánto perdieron en realidad?, a lo mejor no perdieron nada. Y se va a volver a quemar porque para algunos los incendios son un negocio, mientras que otros sufren una barbaridad. Es así, es injusto”.

Vicios privados y negocios turbios. “A mí el gobierno me dio rollos de alambre para que les diera a tal y tal persona, tres rollos por persona, con planilla y que firmaran. Les dije, pero si a ellos no se les quemó. Deles los rollos, listo, ya está. Ahora, ¿sabe qué?, esa gente vendió los rollos de alambre. Pedí a Gustavo Medina, que está en el área de Juan Carlos Massei, que hagan un relevamiento y vean quiénes son realmente los damnificados y no dar doscientos, quinientos mil pesos a quien no corresponde. Ayer uno me decía: me compré un celular con la plata que me dieron. Lo pagué 103 mil pesos. ¿No es una injusticia?”.

Un sector de Copacabana fue devastado. Muñones negros en el paisaje.  Algunos pobladores tienen vacas o cabras, unos sembradíos, y cuando el fuego quema postes y alambrados y los animales escapan, no falta el pícaro que se apropia de lo ajeno. Una vaca cuesta cincuenta mil pesos. También pierden por ese lado (2). De pronto el enemigo cobra forma humana, dicen por ejemplo: El fuego esperó tres, cuatro días en Villa Albertina. Se acercó. Acechaba. Lo vimos a pocas cuadras. Llegará a eso de las tres de la tarde.

Quinteros quiere que se escuche a la gente que tiene conocimientos. “Córdoba Ambiente no deja limpiar, ni hacer cortafuegos, ni calles. Esa noche del incendio, llegó un policía ambiental a mi campo quemado y me preguntó qué hacía falta, le contesté, a mí, nada. ¿Sabés qué tendría que decirte?, ¡rajate de acá, andate al diablo! Córdoba Ambiente tiene que dar los permisos para hacer esos cortafuegos y caminos dentro de los campos, obligar a las personas a que hagan picadas… pero bueno”.

Y cierra el jefe comunal. “El incendio no dejó ni las piedras, ha sido fatal”.

Notas

1-Tania Kyshakevych. Legisladora provincial. PJ.
2- Según el INTA, en la zona también se quemó por completo el recurso forrajero y muchos productores perdieron los alambrados perimetrales, corrales de encierre y potreros.

Fuente: PrensaRed. Por Graciela Pedraza.