Política y Economía

Batallas culturales liberal libertarias, estado actual

Por Sergio Tagle

El gobierno de Javier Milei transformó en masivo un concepto producido, paradójicamente, por un intelectual y político marxista, el más destacado del Siglo XX después de Lenin, Antonio Gramsci. Fue quien -entre otras novedades en el pensamiento revolucionario- propuso “la batalla cultural” como combate imprescindible para quienes se propongan, no una rotación liberal de gobiernos, sino un cambio de sistema.

Batallas culturales victoriosas en contra de los valores del progresismo, la izquierda, y aún de la derecha liberal explican (solo en parte) su actual hegemonía política.

¿Cuál es el estado de situación de las batallas culturales del gobierno en contra de sus enemigos? La principal victoria fue sobre “la casta” por dos motivos: uno, porque ésta existía con otro nombre y ya era socialmente repudiada.  Alguna sociología hababa de “clase política”. Es decir, un grupo de  personas especializadas en el acceso y la conservación del poder del Estado. Políticos que originalmente fueron elegidos por la voluntad popular para desempeñar funciones legislativas o ejecutivas, pero que rápido rompieron ese contrato electoral para convertirse en políticos profesionales que actúan en función de sus propios intereses “de clase”, que en este caso sería “de clase política”.

Todo lo que dice y hace esta clase está medido por encuestas, por cálculos electorales. Su parámetro de éxito no es algo parecido a “la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación”, “la igualdad” o “la justicia social”, sino su propio ascenso en la escala política de poder. La consecuencia es que ellos viven muy bien, las mayorías sociales viven muy mal y que esto es visible, muy perceptible para todos.

Esta realidad es preexistente a Milei y base del éxito de su prédica (que un discurso caracterizó, erróneamente, como “antipolítica”) fundado (entre otras cosas) en el acierto del Presidente.  Le puso nombre a eso despreciado socialmente un nombre con muchas potencialidades para popularizarse, “casta”, y efectivamente tuvo la eficacia y popularidad que conocemos.

Actualmente la batalla cultural en clave liberal libertaria se propone la demolición del prestigio e imagen de dirigentes sociales.

Nombres como Belliboni, Grabois, otros, expresan prácticas y valores repudiados por la ideología y cultura anarco capitalista: organización y movilización social, solidaridad, justicia social, son para ella aberraciones conceptuales y aún morales. Pero estos valores están arraigados y valorados positivamente por la cultura política argentina. Esta batalla cultural no puede chocar frontalmente en contra de esos valores, como si lo pudo hacer con la casta, que contaba con una “aprobación a priori”.

El intento original fue presentarlos como “vagos planeros que con sus movilizaciones impiden ir a trabajar a la gente de bien”. Esto ya estaba instalado gracias a las batallas culturales, no importa si concientes o no, del periodismo de sistema.

Ahora el gobierno, a través de la Ministra Petobello agregó la etiqueta de “corrupción”. Peor, “robo a los pobres”. Esto le permitió al periodismo oficialista militante, en particular el televisivo, levantar en forma combativa la bandera de defensa de los pobres en contra de quienes le roban su alimento. Jonatan Viale es el periodista más destacado en esta batalla.

Pero esta puede ser una victoria cultural al tiempo que un problema político. Los dirigentes sociales organizan la calle. “Organizan” para que las demandas sociales tengan fuerza, pero también “organizan” en un sentido de “orden social”. Porque ¿qué va a pasar sin estos dirigentes y movimientos si ocurre lo que dijo el Presidente en Estados Unidos, en la Universidad de Stanford, que los pobres van a hacer algo para no de morir de hambre? Con el actual nivel de organización el gobierno tiene dirigentes con quienes negociar. Sin dirigentes, sin organización ni movimientos sociales, la alternativa puede ser el caos. Puede que la gente, antes de morir hambre, haga cosas caóticas que no se puedan contener.

«Contención” es otra función de los movimientos sociales. El gobierno y sus periodistas, pensando en sus propios intereses, harían bien en valorarla. En considerar que esta batalla cultural puede tener como desenlace una explosión anárquica de la miseria sistémica, argumentada/justificada por el periodismo oficialista militante y -claro- poco favorable a la gobernabilidad del proyecto anarco capitalista.