Córdoba independiente

Constanza Prieto, una voz de barro y tambor en Anisacate

Por “Tarde para Tirar la Toalla”, Radio Tortuga 92.9 • 16/05/2021 17:28 • Tiempo estimado de lectura: 13 minutos

Esta vecina del barrio Los Chañaritos, colombiana de origen, trabajadora del barro, música y promotora cultural, fue entrevistada por el programa “Tarde para Tirar la Toalla” de Radio Tortuga 92.9 de Alta Gracia. 

Nació hace 62 años en Bogotá, Colombia. “Una selva de cemento”, la define. Sin embargo, rescata, “tuve la suerte de tener una educación excelente”, con su padre como maestro del colegio en el que estudió. “Comencé a militar desde muy chica en partidos de izquierda”, prosigue el relato. Allí, recuerda, conoció la flauta dulce, su primer amor musical.

“Siempre fui ‘desorejada’, lo cual me llevó a tener un espíritu de insistencia en la música. Cerraba los ojos y cantaba lo que necesitaba decir. Siempre me sabía las letras, aunque no afinadamente”, recuerda entre risas. “Era la época de una resistencia y un movimiento estudiantil importante, interesante en toda nuestra América”, rememora, haciendo alusión a los agitados años 70 y 80. Con su compañero, que era clarinetista, compartían músicas de todo el mundo, especialmente rock: “Nos sentábamos en las tardes de amor a escuchar Yes; Jethro Tull; Emerson, Lake and Palmer; Pink Floyd”.

Sin embargo, el contexto de militancia puso en su camino lo inesperado: “Me llamó enormemente la atención en un concierto muy particular que yo vi, en el estadio ‘El Campín’ de Bogotá, con la presentación de Mercedes Sosa, que para mí fue el cambio radical en mi vida y a lo que he dedicado toda mi existencia”. Como si la emoción de aquel momento la invadiera nuevamente, alude: “Cuando yo vi a esta india, a esta mujer tocando este bombo y cantando lo que cantaba, que realmente era un movimiento enorme en la existencia de los seres que estábamos asistiendo a ese concierto; me di cuenta de que el sonido de ese parche que ella tocaba, que era el de un bombo legüero, también en mi tierra existe y tiene versiones diferentes”.

Motivada por esa experiencia, convirtió en tambora una batería herrumbrada y olvidada que encontró y empezó a tocar; lo que abrió puertas a la llegada de maestros que la introdujeron en la música folklórica colombiana. “Nunca paré, fascinada con esa riqueza que viene de lejos y de siempre; el espíritu y el latir de la esencia del mundo: la ternura, la lucha, la necesidad, el valor, el amor, la sensualidad, la alegría, la parranda. A eso me rendí, me entregué”.

Una vuelta a las fuentes

RADIO TORTUGA (RT): ¿No tenías pensado dedicarte a la música?

CONSTANZA PRIETO (CP): No, me atrajo siempre la flauta desde chica. Dulce primero, traversa después. Pero cuando vi a Mercedes Sosa, dije “eso es lo mío”. O sea, el bombo legüero, que se transformó en mí en la tambora, en la música folklórica colombiana. La tambora se toca de lado, tiene dos parches de cuero de chivo. Tiene un sonido muy profundo, hace las veces de bajo, es un marcante en la música colombiana.

RT: A partir de ahí, ¿empezaste a estudiar música folklórica colombiana?

CP: Yo pertenecía al grupo de teatro Taller de Colombia. Vivíamos en comunidad y hacíamos teatro al aire libre. Un día, tocando lo que me salía en este bombo maltrecho de batería de latón, como si fuera una tambora, nos vio un hombre que marcó un hito en la cultura colombiana. Su nombre fue Jaime Barranco Salas, un autodidacta, antropólogo con una calidad humana y un conocimiento cultural de toda Colombia muy impresionante. Bailarín, músico, percusionista y una persona que supo tener la capacidad de proponer a todos quienes nos acercábamos a él, la posibilidad de sacar de adentro nuestro todo el potencial que había. En mi época, la música popular no se enseñaba en ninguna academia ni en conservatorio ni en escuela. Si uno quería aprender, iba a la fuente. A través de Jaime Barranco empezamos. Él nos dijo que teníamos una cosa muy bonita pero que había que moldearla. Así empezamos a juntarnos con él todas las tardes, en las plazas, en las canchas de básquet de Bogotá. Hacíamos las prácticas de música.

Sus obras de teatro callejero, integraban la música, la plástica, la danza. Con el acompañamiento de Jaime Barranco, lo sonoro fue adquiriendo mayor relevancia: “A través de Jaime Barranco Salas, conocimos a Los Gaiteros de San Jacinto, a Estefanía Caicedo, conocimos a gente antigua que tenía todo ese legado. Fuimos a sus tierras, a sus casas; San Jacinto, Cartagena, Barranquilla, con las bandas papayeras. Y con ellos comenzamos a conocer el ambiente de cada lugar”.

El decubrimiento del sur

RT: ¿Cómo aparece la posibilidad de venir para Argentina?

CP: Hubo una escisión con el grupo de teatro Taller de Colombia, con varias personas que estuvimos girando por América, America central, Europa, y conformamos otro grupo que supo llamarse “Papaya Partía”. Con este grupo vivimos en comunidad más de 15 años, todos los días. Éramos entre ocho y quince integrantes. Convivíamos y nos formábamos. Recorrimos Colombia. Nos presentamos en toda plaza, pueblito, escenario, auditorio, fiesta y nos dijimos de hacer una gira por América. Teníamos contemplado un año para viajar, por tierra, en una camioneta Willys modelo ‘60 a nafta, con cien dólares, que era todo nuestro capital, que era lo que habíamos podido ahorrar. Tomamos todos los tambores y las obras de teatro que teníamos, y emprendimos viaje. Desde Bogotá fuimos descendiendo por Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil. Eso nos llevó casi cinco años de gira. En el paso por Argentina, cuando entramos por el Sur, sentí una cosa profunda en mí. Y me dije, “aquí me va a pasar algo”. No sabía lo que era. Era el encuentro con las raíces populares argentinas, que yo conocí en esa época. El valor de la cultura del folklore, que realmente me fascinó y me enamoró. Recordando cuando Mercedes Sosa estuvo en Colombia. Como que todo fue haciendo un círculo.

Recuerda particularmente su llegada a Córdoba como el descubrimiento de un lugar particular, que la marcaría artística y humanamente: “La energía y la concentración de valores que en la época se expresaban en Córdoba fue determinante. Cuando llegamos, nos encontramos con el Dúo Coplanacu, con Ica Novo, con el Bicho Díaz, con la Patito Gómez. Con la peña “Tonos y toneles”, un lugar por donde pasaron valores de la cultura argentina. Significativo este encuentro de goce, de encuentros, de peñas y compromiso con esa juventud con una actitud fervorosa, bella, explosiva, decidida. Conocí al Chacho (Jorge Marzetti), a Walter Marengo, gente que nos puso el motorcito y un escenario, lo que nos permitió desde Córdoba emprender una hermosa gira por Argentina y que nos llevó a Buenos Aires”.

RT: ¿Ya en ese viaje te quedaste a vivir en Argentina o volviste a Colombia?

CP: No. Con mi grupo “Papaya Partía”, llegamos hasta Bahía en Brasil. Desde allí volvimos a Colombia. Vi a mi familia después de cinco años, organicé mis cositas, vendí lo que pude vender y me establecí unos años en Colombia. Los “Papaya Partía” nos dividimos en diferentes núcleos después de la gira. Uno de los que quedamos como grupo, nos llamábamos “Goza Trío”. Estábamos mi compañero en clarinete, mi hermano como percusionista y yo. Después se transformó en lo que llamamos “Fundación Cultural Cayena”, que éramos cinco personas de “Papaya Partía”. Hicimos un bello trabajo, hasta que hubo una escisión. En esos siete u ocho años que estuve en Colombia, tuve mis hijos y trabajé, enseñando “Expresión Artística”, que contempla música, ritmos, danza, expresión plástica, expresión literaria, lectura. A todos los niveles desde jardín maternal. En ese momento descubrí en mí la capacidad de transmitir y motivar a quienes estuvieran a mi lado. Tengo dos hijes. Martín, que actualmente tiene 25 y Micaela, que tiene 22. Siempre donde ellos estudiaron, estuve yo, haciendo mi trabajo de profe de Expresión Artística.

El padre de Martín y Micaela es cordobés. “De barrio Los Naranjos”, precisa Constanza. “Ya era mucha falta la que había de la familia. La comunicación telefónica era un llanto, era una falta muy grande”, recuerda Constanza al repasar las razones por las que arranca con su familia para Argentina nuevamente, en lo que significará el comienzo de una nueva etapa en su vida. “No teníamos plata, entonces empezamos una labor muy bella, primero con mis hijos, que tenían muchísimos libros y juguetes. Compré un rollo grande de malla plástica. Nos pusimos a lavar cada juguete, cada pelota; y desinfectado, lavado y embolsado, lo donamos. Así elegimos lo poquito que debíamos llevar. Doné mis libros y mis cassettes en manos de personas que los iban a escuchar. Repartí entre mis amistades todo lo que pude y vendí todo lo que pude y así emprendimos viaje por tierra hacia la Argentina. El viaje duró un mes, porque hicimos escala en Ecuador, donde vivía una hermana mía y en Chile donde vivía otro hermano. Y llegamos a la casa del padre de mis hijos. Allí vivimos un año y nos vinimos para Alta Gracia”.

La vida en el barro

El momento bisagra lo sitúa Constanza Prieto en un “domingo de invierno tenaz” en Alta Gracia. En la Plaza Solares, Martín Gallo y Pablo Tramullo compartían un taller gratuito de cerámica en un mesón largo. “Yo iba con Micaela, que estaba pequeña. Nunca en la vida había tocado el barro para hacer una vasija ni nada. Desde que lo toqué, sentí en mi ser algo muy particular. Empecé a amasar el barro y recordé la casa de mi abuelo, la olla de dulce de leche de mi abuela, sentí el olor al arroz con ajo en ollitas de barro. Ése fue el comienzo de un universo que tiene que ver con todo. Con qué hago yo aquí en un país a diez mil kilómetros de mi tierra. Qué hago yo aquí con dos hijos. Qué hago yo aquí con toda esta maravilla de gente y arte. Entonces me dije que este universo es el que me llama”.

En esos días, una amiga le regaló un vídeo muy difundido entre quienes apuestan por la permacultura y la bioconstrucción: “El barro, las manos, la casa” de Jorge Belanko. “A mí me rompió el coco. En la época, mi compañero trabajaba en una fábrica y estábamos viendo de comprarnos una casita. Pensábamos en esos barrios de casas igualitas en las márgenes de las ciudades. Pero tan pronto vi el barro y el video, le dije que no, que podíamos elegir otra cosa”. Recuerda que no conocía nada de construcción y que entonces, empezaron a conectarse con gente que en Los Aromos, La Bolsa, el Valle de Anisacate y Anisacate estaba también incursionando en este tipo de construcciones y con las cuales empezaron a compartir “mingas” (reuniones de construcción comunitarias).

“A mí todo esto me significaba encontrarle un hilo a mi vida. Porque esta manera de construir con lo que natura nos brinda, sin maltratar en la medida de lo posible y contando con la menor cantidad de elementos industrializados, más bien en una actitud de reciclar y conocer; colectivamente, comunitariamente; y plasmar y plantar y crear y nacer desde la tierra tu hogar; tiene una significación política, ideológica, espiritual y ecológica impresionante”, concluyó este tramo del relato, como narrando y reflexionando al mismo tiempo.

El silencio

RT: Actualmente, estás un tanto distanciada de la música o en un instante de aparente pausa. ¿Cómo es tu presente con la música?

CP: Cuando uno está lejos, la música es el sustento más importante para no caer en la desolación. Muchos años formamos, desarrollamos y creamos con “Música de las Entrañas” un grupo importante de mujeres, inicialmente. Después algunos compañeres pasaron también. Hasta que hubo un desencuentro y nos separamos. Supe mantener en la zona un taller de ritmo, movimiento y percusión colombiana. Luego hicimos una aproximación con mis hijos para formar un trío familiar, que era un cuarteto con Dani (Daniela Silva Avetta), que es una mujer percusionista y fotógrafa de la zona. Permanecimos un tiempito. De ahí tuve una necesidad interior grande que me llamó al silencio, al replanteo de mi existencia. Un vuelco grande dentro de mí. Necesito decir algo que no sé exactamente qué es y que me llamó al silencio. Un silencio nutrido de meditación y con el crecer de mis hijos, que ha sido una labor bella y cotidiana; y con el barrio, al cual hemos puesto entre todes una fuerza importante. La música y los instrumentos se fueron condensando en silencio y siento que el silencio es tan importante para poder decir algo. Para poder sonar algo que sea auténtico de adentro y no de la vorágine de como estamos, vamos. Hace un tiempito he tenido una experiencia hermosa, la cual me ha vuelto a conectar de manera hermosa, sutil, suave, valiosísima con mis tambores, con mi música y mi canto, que es rústico, de pies descalzos. Fue una experiencia con Telma Meireles, que me convocó, junto con Micaela, mi hija, para musicalizar un encuentro con mujeres en torno al Ritual de la Luna y toda la significación de la sexualidad. Fue una reapertura y un renacer cultural y artístico, conectado también con todo esto que para mí significa el hogar, el corazón, mi calle, mi barrio, mi zona, Córdoba, Argentina, América del Sur, el mundo todo. En estos momentos en que la muerte violenta pareciera ser el común denominador en el mundo entero, necesitamos el delirio para ser capaces de lanzarnos a compartir lo más sincero y lo más profundo sin temor a decir que hoy no tengo nada para decir. Necesitamos diseñar la vida de una manera más colectiva, más amorosa, más cooperativa, más sincera. Menos careta. Es ahí cuando el arte es ese sustento que no te permite desolarte ni aislarte.

Fuente: diariotortuga.com, “Tarde para Tirar la Toalla” de Radio Tortuga 92.9 de Alta Gracia