Ambiente y sustentabilidad

Crónicas del Fuego

Compartimos algunas crónicas escritas por Daniel Díaz Romero, de Sala de Prensa Ambiental, uno de los medios de la provincia especializados en temáticas de ambiente.

Por Redacción Sala de Prensa Ambiental • 13/09/2022 06:37 • Tiempo estimado de lectura: 3 minutos

I.

El humo seca la boca y los labios; el beso del fuego ha dejado su huella.

Roce de muerte y eclipse.

Tras su marcha queda un lastimoso paisaje: las sierras se asemejan a tizones apiñados uno junto al otro. Colinas ennegrecidas que exhalan su hedor a humo y tristeza.

Bosques, pastizales, y montes desaparecieron por la noche. La vida también.

Recorremos a pie el faldeo de un cerro y vemos esqueletos de árboles calcinados. Los campos están ceñidos por los alambrados; la mayoría caídos y arrastrados al suelo muerto por la caída de los postes.

Los que aun quedan erguidos muestran su testimonio macabro: vacas de pie, contra la alambrada que impidió su huida transformándose en mortal celada. Sin vida, están inflamadas hasta el punto que parecen estar a punto de romperse. La boca abierta, suponemos ahora, arrojó su último chillido. No hubo escapatoria.

Sobre una loma, aparece la menuda silueta de doña Cristina, apesadumbrada y nerviosa, que pide novedades acerca del avance del fuego, angustiada por la suerte de sus vecinos. Mientras, mueve sus animales del corral de piedra: vacas, ovejas y alborotadas gallinas con sus pollitos por detrás.

II.

Llegamos a media tarde.

Desde el camino, el sol ilumina con un extraño color amarillo, y al bajar la ventanilla del automóvil se introduce un olor áspero.

No vemos las sierras a nuestra derecha, tras el manto de un humo espeso.

En el lugar, atravesando caminos de tierra, divisamos lejanas columnas de humareda, señales erguidas que, amenazantes, muestran que el demonio de fuego se agazapa tras las sierras, esperando asestar su estocada infernal.

Juega con los nervios y las fuerzas de sus contrincantes: pobladores serranos, criollos y ciudadanos conversos que indefensos como niños, ruegan por su suerte esta noche.

En el camino las pircas centenarias atraviesan los cerros. Los arroyos y los accesos de tierra, desprovistos de vegetación y los arroyos son la última esperanza para que el fuego no se expanda y reduzca -en minutos- a negros escombros las viviendas, tras su bestial ataque.

Al fin llegamos a nuestro destino, y el viento descontrola todo con ráfagas que empujan el fuego hacia el filo de los cerros, cuesta arriba.

Los pobladores del lugar talan las ramas mas expuestas al posible contacto con el fuego, mientras las chimeneas del cerro siguen escupiendo su humo al cielo.

La tarea concluye cuando la tarde empieza a desvanecerse y signos fatales inundan el ambiente de preocupación: grandes bandadas de aves atraviesan el cielo estrepitosamente.Una tras otra, se suceden velozmente con un griterío desmesurado.

La noche se desploma y una extraña claridad abraza al monte. Este fenómeno llama la atención y obliga a recorrer varios kilómetros a la redonda. El camino es escarpado y solo pueden ingresar caballos y vehículos de doble tracción.

III.

El espectáculo es avasallador en la cima del cerro al que accedemos penosamente, trepando entre espinales y afiladas piedras.

Entonces, lo temido se presenta ante nuestra contemplación: un frente de 7 u 8 kilómetros de fuego se arrastra serpenteante por la cima de una cadena de cerros.

Para quienes presenciamos el fenómeno por primera vez, el fuego ejerce un efecto hipnótico que no permite quitar la vista de aquella frenética cadena de fuego que se extiende hacia los costados.

Nos acompaña el absoluto silencio y la soledad mas profunda en medio de la nada.

Silencio quebrado por el crujir de las cortezas arbóreas y el estallido seco de las piedras que toman fuego. Toc, toc, toc, el estruendo señala los añosos árboles que se consumen indefensos.

FUENTE: Sala de Prensa Ambiental.

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