Política y Economía

El problema de la comunicación política en los movimientos populares y de izquierda

Se dice que, dentro de los activismos populares, progresistas y de izquierda, lo que falla son las estrategias de comunicación. Estas fallas tendrían que ver con el prejuicio militante respecto de ciertas estrategias cercanas al marketing, y a la formación contemporánea de “usuarios” digitales. Un análisis de los problemas de la izquierda popular y sus formas de comunicar.

Por Redacción Enfant Terrible. RMD • 24/04/2023 08:45 • Tiempo estimado de lectura: 9 minutos

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Se dice que, dentro de los activismos populares, progresistas y de izquierda, lo que falla son las estrategias de comunicación.

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Estas fallas tendrían que ver con el prejuicio militante respecto de ciertas estrategias cercanas a) al marketing, y b) a la formación contemporánea de “usuarios” digitales.

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El prejuicio operaría del siguiente modo:

a) Contra el “marketing”: puesto que de lo que se trata no es ni de vender, ni de colocar «suplementos» que por su propio estatuto son dispensables, innecesarios, mutables. Entonces: ni vender, ni suplemento. Por el contrario, la militancia popular, progresista y de izquierda, buscaría la «entrega» desinteresada (no mediada por el dinero) de una forma específica de «verdad política» (sustancia plena y no mero suplemento).

b) Contra la “formación de usuarios”: puesto que no se trata de un bien de uso, sino de un valor en sí mismo
(un acontecimiento: el del reconocimiento de la formación social en la que habito y mi lugar en ella), y puesto que no se trata de «usuarios» sino de individuos políticos, sujetos políticos llamados a la acción.

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La derecha, en todas sus variantes, parece haber pasado por encima estas reflexiones. Su concepción de la interpelación política está mediada menos por la idea de la construcción escalonada y acumulativa de
identidades de reconocimiento político que por las ideas de la fugacidad conceptual, el polemismo, la generalización hiperbolizada y la simplificación.

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El dispositivo comunicacional de la derecha funcionaría democratizando «formas» de la expresión –slogans vacíos de repetición mántrica, afirmaciones breves, concretas y taxativas que se encuentran presentes en sintagmas como casta, planero, sindicalista, nación, país, democracia, honestidad, seriedad, etcétera. Se trata, entonces, de puras «formas libres» habilitadas (y acá lo genial de este aparato comunicativo) para que los usuarios las repongan, las imbuyan de significado y les otorguen un contenido.

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El carácter del «contenido» (lo que las cosas significan, dicen, señalan acerca del mundo) es, de algún modo, irrelevante. Lo que se busca, en verdad, es que

a) se replique la estructura «formal» de la afirmación, y
b) que el individuo, sujeto o mero consumidor, reponga los significados (el contenido) de cada uno de los elementos de la ecuación.

Frente a una afirmación del tipo «A≠B», importa menos de qué manera se repone argumentativamente el contenido de «A» ni el de «B», ni mucho menos el gesto «≠», cuanto que la estructura formal de la afirmación se replique.

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Por burdos que sean, algunos ejemplos pueden contribuir a clarificar la idea. Supongamos que en esta estructura básica del tipo “A≠B”, todos los elementos del conjunto “A” son siempre caracterizados de forma positiva (+), mientras que todos los elementos del conjunto B son siempre caracterizados de forma negativa (-).

Las conductas de la izquierda –conductas de los sujetos que componen el conjunto B– no nos representan –es decir, no representan el “nosotros” del conjunto A.

Los problemas de este país –“país” en tanto idea abstracta y deseable de un “nosotros”, es decir, un conjunto A– tienen que ver con los ochenta años del peronismo–conjunto B–.

El cambio –lo que “nosotros representamos” por pertenecer al conjunto A– es necesario. No podemos –es decir, el “nosotros” del conjunto A– continuar de esta manera –“continuar” tal y como pretenden las
dirigencias y las bases del conjunto B.

De algún modo, y bajo diferentes variables, «A ≠ B». No importa qué es A (¿quiénes componen A? ¿qué defienden? ¿a qué tradición política adscriben? ¿de qué tipo de cambio hablan? ¿hacia qué dirección se realizaría el cambio y por qué?) ni qué es B (¿quiénes componen el conjunto B? ¿cuáles son sus características?), ni en qué se distinguen ni en dónde radica la especificidad de la desemejanza o de la contrariedad (¿por qué esto que parece inaceptable es en verdad inaceptable y por qué tal o cual solución es la óptima?).

Lo que importa es que A siga siendo A, independientemente de lo que signifique, y que se oponga radicalmente a B, independientemente de lo que B sea, y que la estructura de oposición resulta clara, simple y aprehensible.

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De todo esto, tal vez, el éxito del aparato comunicacional de la derecha.

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No hay nada nuevo en esto. La derecha es, por tanto, y paradójicamente, más pedagógica que las militancias populares, progresistas y de izquierda, si es que medimos el nivel de pedagogía por sus efectos y su capacidad de pregnancia discursiva.

Se trata de una pedagogía, aunque no se la identifique como tal, profundamente “democrática”: hay formas libres y, sobre todo, libertades suficientes para que esas “formas libres” sean “engordadas” con sentidos y
significados específicos, muchas veces opuestos o contradictorios.

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La trampa, en todo caso, está en el “borrado de la huella de la imposición”: se puede pensar libremente, se puede decir lo que se quiera, siempre y cuando se realice dentro de la dinámica formal argumentativa del
«A≠B».

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Entender en qué es exitosa la comunicación de la derecha es tan importante como la reformulación de las estrategias comunicativas (el “discurso”, las “dinámicas de interpelación”) de los activismos populares y
de izquierda.

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Sin embargo, encontramos un problema. Si es que, como afirman algunos, hemos entrado en la era de la
“posverdad”, donde los “datos” de lo real tienen menos relevancia para el público general que los sentimientos que estos generan y suscitan, donde todo debate se organiza menos por el enfrentamiento de ideas y propuestas que por la capacidad de los enunciadores de generar emociones concretas de descontento/alegría, confianza/desconfianza, esperanza/derrotismo, etcétera, cabría preguntarse:

¿Necesitamos en verdad una reformulación de nuestro aparato comunicativo? ¿es necesario pactar con este esquema comunicacional? ¿pueden construirse otros esquemas alternativos? ¿es obligatorio replicar estrategias comunicativas que otros espacios ya llevan años aceitando y depurando?

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Estas dudas, que no pretenden ser resueltas acá, nos llevan al principio. La primera tesis (“dentro de los activismos populares, progresistas y de izquierda, lo que falla son las estrategias de comunicación”) guarda un supuesto: da por sentado, tal vez de manera inconsciente, que nuestros aparatos políticos no son el problema, que nuestras dinámicas de organización y que nuestros programas de intervención no necesitan una reformulación profunda; da por sentado, en suma, que el problema no es el aparato sino su exterioridad: no es su formulación ni su dinámica interna ni su línea sino que, de haber un problema, este sucede del aparato hacia afuera.

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Cabe preguntarse entonces si no estamos interpretando el problema en su inversión. Es decir, cabe preguntarse si las fallas en la comunicación tienen menos que ver con las estrategias de difusión propiamente dichas cuanto con las estructuras mismas de los espacios de activismo.

Todo indicaría que estamos leyendo el problema de la articulación y de la comunicación con y a partir de la herencia de los partidos liberales, de derecha y neofascistas de la política argentina.

¿De qué se trata esta “herencia”?

Estos espacios, en cuanto que espacios clausurados, camaristas, herméticos, verticalistas e impermeables a la intervención directa de las bases, no tienen otra preocupación que no sea la comunicativa. Parecería que lo que se hace o puede hacerse no está sometido a debate. Por el contrario, el debate se limitaría siempre a lo hecho, sea propio o ajeno.

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¿Es la comunicación la preocupación fundamental de los espacios de activismo popular, progresista y de izquierda? Nuestra historia dice que no. ¿Es una preocupación fundamental? Nuestra historia dice que sí, que es fundamental, pero que no es la única tarea.

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Así las cosas, ¿en qué fallan nuestros aparatos? ¿sólo en su faceta comunicacional? ¿cómo se explica entonces el vaciado y goteo que estos espacios vienen teniendo en los últimos años? ¿a partir de qué se entiende la capitalización por parte del neofascismo del descontento popular? ¿en cuánto nuestras propias estructuras políticas son responsables de la fuga? ¿hasta dónde son nuestros propios espacios abiertos y democráticos? ¿a qué nivel el alejamiento de las dirigencias respecto de las bases que les otorgan representatividad produce el malestar militante? ¿hasta qué punto la excusa de la Realpolitik vuelve inaccesibles al público general nuestras formas de hacer política? ¿de qué manera podrían ampliarse estas prácticas democráticas? ¿podría la ampliación democrática renovar el ingreso de nuevos sujetos?

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Estos dos problemas no son excluyentes. Como tales, deben ser tratados en simultáneo: la exterioridad de la acción – la interioridad de la organización. Cualquier reformulación política de los espacios de nuestra
pertenencia requiere una reformulación de los aparatos y estrategias comunicativas.

El planteo parece ridículo, pero –acaso por el trabajo efectivo de Macri sobre el “espíritu milintante”, acaso por la separación a la que nos sometió el COVID– parecería que lo hemos olvidado en el camino en estos últimos años.

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La respuesta puede estar en preguntarse no sólo en cómo hacer accesible la información sino, y fundamentalmente, cómo volver a hacer accesibles nuestros espacios, cómo volver a funcionar como receptores de los descontentos populares, cómo producir credibilidad al público general a partir de nuestras propias dinámicas democráticas y transparentes de acción, y cómo, de una vez por todas, volver a llamar a las clases populares a los espacios que, en verdad y desde el principio, le han pertenecido a nadie a nadie más que a ellas.

FUENTE: Enfant Terrible