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La Lectora: las voces de la otra mitad del mundo

Este Día del Libro desde ACNoticias te presentamos la columna «La Lectora» y celebramos la diversidad de voces que enriquecen las bibliotecas de los hogares, las ferias independientes, las sueltas de libros y las editoriales a pulmón.

Por La Lectora • 23/04/2022 00:05 • Tiempo estimado de lectura: 5 minutos

Una biblioteca que diversifica las voces que contiene, es una biblioteca que se enriquece. O al menos así pienso mi espacio personal de libros.

Cuando en casa se completó el tercer mueble de pino, con seis estanterías, se podía deducir rápidamente que acumulaba nombres propuestos por la secundaria y la universidad.

La gran mayoría de ellos, hombres. Por lo general cis y, muy probablemente, hétero.

Fanática del Boom Latinoamericano, como Lectora tuve que admitir que no conocía autoras mujeres e hizo falta internet y una reparación histórica, para que empezaran a resonar los nombres de Garro, quizás Bombal o Lispector.

Sin embargo, si vamos a las estanterías de material académico y fuentes, no deja de ser similar el descubrimiento: las colecciones que se mencionan como “grandes” bibliotecas “universales” del conocimiento, quizás incluyan a Hannah Arendt o a ninguna pensadora.

Es acá donde resuena lo que dice Diana Maffía en su texto “Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica”, parte del compilado del libro Feminismo Populares. Pedagogías y Políticas:

“Todas las miradas son constitutivas del mundo, cada una desde su personal perspectiva es imprescindible. La exclusión de las miradas subalternizadas en la cultura no sólo es un problema político, es un empobrecimiento del resultado mismo de la empresa humana del conocimiento. Ninguna pretensión de universalidad puede prescindir de la mitad de la humanidad”.

Contra las Dicotomías: feminismo y epistemología crítica, Diana Maffía.

Los tres únicos libros que ocupaban la sección de “argentinos” de la biblioteca de casa, eran los de Liliana Bodoc. De alguna manera Úrsula K. Leguin había llegado con la saga Historias de Terramar a la parte de Fantasía o Internacionales y Allende empezaba a ocupar su espacio en Latinoamérica con una colección blanca y sepia que costaba dos mangos.

Quizás Agatha Christie, Fiona Kelly y Elsa Bornemann acompañaban la sección de libros de infancia y adolescencia, una mezcla sin ton ni son, llenas de aventuras y misterio, pero estaban perdidas entre los libros de Verne, RL Stine, Salgari, Conan Doyle, entre otros.

Cuando me di cuenta de que faltaban las voces “de la mitad de la humanidad”, también se dio cuenta que tampoco salía de una lectura occidental y blanca. Ni pensar en autores LGBT, excepto los que salieron del clóset póstumamente gracias a sus biógrafos.

Darle voz, diversificar y enriquecer la biblioteca, se volvió necesario. Cuando leí Un Cuarto Propio, ya pasó a ser obligatorio.

“Me atrevo a adivinar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer”, reflexiona Virginia Woolf mientras recorre bibliotecas y sus propias estanterías, tratando de escribir su ensayo sobre las mujeres y la escritura. 

Y entre las páginas encuentra historias de mujeres, sobre todo escritas por hombres. Y las pocas autoras que aparecen en su biblioteca, algunas con pseudónimos masculinos, escriben sobre la sociedad de la época, pero nos les interesa específicamente hablar sobre el sexo opuesto.

Algunas incluso se animan a denunciar a la sociedad que las oprime, con cierta ironía y gracia, solapada con palabras amables. Una literatura que puede pasar el control de la censura y el escándolo.

Por eso es que sostiene que Anónimo se pone nombre de varón y trata de llegar con sus textos al público:

“Currer Bell, George Eliot, George Sand, víctimas todas ellas de una lucha interior como revelan sus escritos, trataron sin éxito de velar su identidad tras un nombre masculino. Así honraron la convención, que el otro sexo no había implantado, pero sí liberalmente animado (la mayor gloria de una mujer es que no hablen de ella, dijo Pericles, un hombre, él, del que se habló mucho) de que la publicidad en las mujeres es detestable. La anonimidad corre por sus venas. El deseo de ir veladas todavía las posee”.

Un cuarto propio, Virginia Woolf.

“Esto pasaba a principios de 1900”, se podría decir. Pero hasta hace poco había (quizás aún las hay) autoras que firmaban con las iniciales o un nombre sin género específico, para facilitar su inserción en el mercado.

El mercado dicta. La universidad repite lo que se dicta. La escuela hace la tarea de ese dictado. Como Lectora tengo que mirar de frente mis estanterías (más bien con la cabeza ladeada, el cuello en esa posición incomodísima), para darme cuenta de que entre esos nombres falta representación de mí misma y de muches otres.

La ramificación de voces en las estanterías de la biblioteca de casa la dieron las ferias autogestivas (como Libros Son o Capítulo), las editoriales independientes, las producciones de tirada corta y abrir el juego a comprar libros fuera de las vidrieras: en las plazas, en eventos alternativos de arte y editoriales, en las librerías especializadas o de puertas cerradas.

Traficantes (de libros), lomos con costuras japonesas, inconseguibles e incunables, libros objetos, mesas independientes con nuevas voces y conocer a las autoras cara a cara, para hablar sobre quiénes las movilizaban a la hora de escribir y llegar a la librería y a las ferias cargadas de nombres, pedirlos, crear momentos de ocio y leer. 

En el Día del Libro, celebro la diversidad de las voces que empezaron a llegar a la biblioteca de casa, que ya llenan 9 muebles, algunos de pino, otros de melamina, con narrativa, poesía, cómic y material de género y diversidad.

Ahora, vos ¿si te parás a mirar de frente tus estanterías (más bien con la cabeza ladeada, el cuello en esa posición incomodísima), a quiénes te encontrás entre los nombres de los lomos de los libros?