Derechos Humanos

Los distintos modos de decir «nunca más»

Por Ana Mariani • 30/01/2022 07:00 • Tiempo estimado de lectura: 5 minutos

A 77 años de la liberación de Auschwitz-Birkenau

En Polonia, el ex campo de concentración Auschwitz-Birkenau evoca el miedo y la inhumanidad. El legado para los jóvenes es la memoria.

Marie Curie, Frédéric Chopin, Nicolás Copérnico, Ryszard Kapuscinski, Witold Gombrowicz, Andrzej Wajda o el novelista inglés de origen polaco Joseph Conrad son sólo algunos de los nombres de los que los polacos se enorgullecen.

Polonia es un país que se siente honrado por poseer una historia cultural muy rica; tradición que se ha visto influenciada tanto por la cultura oriental como occidental.

Pero fue también en esas tierras, situadas en el corazón de la Europa ocupada, donde se instaló una de las mayores vergüenzas del siglo 20, un lugar que simboliza, como ningún otro lugar, la barbarie nazi. Dos nombres que evocan miedo, horror, inhumanidad. La mayúscula demencia: Auschwitz-Birkenau.

Desde Cracovia –la segunda ciudad polaca en importancia después de Varsovia– hasta los campos de exterminio, se demora alrededor de una hora.

En esos pocos kilómetros, se atraviesan pequeñas poblaciones que inspiran tranquilidad y son el último remanso antes de llegar a las puertas de lo que fue el infierno.

Auschwitz está próximo a la ciudad polaca de Oswiecim. El primer impacto es la entrada a Auschwitz I. La frase Arbeit Macht Frei («El trabajo os hará libres») es la sarcástica bienvenida en la puerta de ingreso al campo.

Lo que veremos y escucharemos de la guía en español no será una novedad, lo hemos visto en cine, en fotos, lo hemos leído… aunque siempre hay algo que nos sorprende y nos produce escalofríos. Es demasiada inhumanidad para no sentirnos, por momentos, ensordecidos.

El paso por Auschwitz I tiene instantes conmovedores. Las fotografías de los niños que fueron utilizados para los experimentos de Josef Mengele y las de los que salieron con vida no permiten a nadie permanecer indiferente.

Una rosa y una oración

El segundo paso será a tres kilómetros de Auschwitz I y llegamos al mayor de los campos de exterminio: Auschwitz II-Birkenau.

Cómo no recordar la impecable obra cinematográfica de Claude Lanzmann, Shoah, cuando caminamos sobre las vías por las que llegaban los vagones atestados de judíos, polacos, rusos, comunistas, gitanos, homosexuales… Son esas vías de ferrocarril lo que más impresiona, lo que más duele, lo que nos hace sentir que estamos tan cerca de la barbarie.

Mientras caminamos sobre esas vías, resalta una rosa roja. La acaba de colocar el familiar de alguien que llegó por esas vías y que terminó al final del recorrido, en los hornos crematorios.

Enseguida, un joven que acompaña a su abuela abre un libro y rezan los dos, en voz muy baja, junto a la rosa. Más allá, unas pequeñas botellas con velas que fueron encendidas por otros familiares y amigos de víctimas transforman a Birkenau en un lugar impresionante. Sólo un leve viento interrumpe ese silencio que conmueve.

«Nunca jamás hubiera podido imaginar semejante alianza entre el horror y la belleza», afirmó Simone de Beauvoir de la obra de Lanzmann, y es lo que se siente también ante esa rosa en las vías al lado del joven y su abuela rezando en hebreo; belleza y horror en esa imagen que termina en la característica torre y la entrada por donde ingresaban los vagones. La impresionante entrada, símbolo del poder y la muerte.

Esa imagen representa mucho más que las pilas de valijas, de anteojos, zapatos y otros objetos de las víctimas que hemos visto en Auschwitz I.

Transformar el horror

El año pasado han recorrido Auschwitz I y Auschwitz II-Birkenau alrededor de 1,4 millón de personas, tantas como las que fueron exterminadas en estos dos campos. Muchos de los que conocieron estos lugares en 2009 fueron adolescentes y jóvenes.

El ministro polaco de Cultura propuso en 2005 la creación de un consejo para inscribirlo dentro de las actividades del Centro Internacional de Educación sobre Auschwitz y el Holocausto del Museo. El objetivo es realizar acciones que tiendan a transmitir a los jóvenes el conocimiento de lo que pasó en estos campos de exterminio.

Conscientes de que sólo la memoria evitará repeticiones, instituciones científicas polacas y extranjeras trabajan en colaboración con la finalidad de encontrar las distintas formas de llegar a transmitir las experiencias a los jóvenes. Realizan conferencias y lecturas, lecciones museísticas, talleres, congresos para profesores, simposios y muestras cinematográficas. Realizan concursos con eje en la temática concentracionaria y, de acuerdo con opiniones de especialistas, se han logrado trabajos originales y de gran calidad.

Un verdadero «nunca más». La humanidad nunca estará libre de fenómenos negativos, y tales actitudes pueden llevar, si no se resiste a tiempo, a barbaries inimaginables, incluso en el centro del llamado «mundo civilizado».

Y en Europa ya han entendido hace mucho tiempo que si no se transmite el legado a los jóvenes, el mal podrá ingresar por cualquier puerta.

La corriente revisionista propaga la negación de la Shoah y niega la existencia de las cámaras de gas.

La cooperación estrecha y constante entre los educadores del museo y los profesores en las escuelas es un prerrequisito para el entendimiento de los jóvenes del pasado y para que las visitas tengan el mayor impacto posible.

En el departamento educativo del Museo de Auschwitz-Birkenau, los profesores pueden obtener información, cuidadosamente preparada, que incluye materiales históricos y planificación educativa para preparar a los jóvenes para las visitas al museo.

Los profesores también tienen la oportunidad de ampliar sus propios conocimientos mediante cursos y talleres de estudio. Son libres de utilizar la biblioteca, salas de lectura y de seminario para llevar a cabo sesiones informativas en el museo, por su propia iniciativa o en cooperación con los miembros del centro educativo.

Para que la imagen de la rosa y la oración (la belleza) sean símbolos más poderosos que la torre de Birkenau (el horror), varios países europeos saben que el mejor legado que pueden ofrecerles a los jóvenes es la memoria.

Nota de redacción: Este artículo de Ana Mariani fue publicada en el diario La Voz del Interior el 27 de marzo de 2011