Política y Economía

¿Quién le teme a Agustín Laje?

En la secundaria se enfrentaba a los docentes cada 24 de marzo: él quería homenajear a las víctimas de Montoneros. Años después escribió su versión de los ’70 y viajó becado a Estados Unidos para estudiar tácticas de contraterrorismo. Dice que los conservadores, liberales y nacionalistas argentinos tienen militantes pero carecen de intelectuales y él quiere ocupar ese lugar. Ahora combate la “ideología de género” mientras sus intervenciones públicas cautivan a seguidores centenialls. Perfil de Agustín Laje, la derecha de la derecha.

Por Redacción Anfibia • 07/02/2023 18:30 • Tiempo estimado de lectura: 12 minutos

Agustín Laje atravesó la puerta del Jockey Club de Córdoba de la mano de su mamá. Tenía quince años. Vestía jeans y un buzo canguro que le quedaba grande. El pelo largo, por debajo de los hombros, certificaba que Agustín había dejado de ser un jugador de básquet amateur para convertirse en un devoto del punk. Tal vez se sintió intimidado. Nada, ni la actitud que pregonaban sus discos ni la seguridad de su madre, lo hubiese podido evitar. Del otro lado, ya acomodados en el salón, esperaban más de un centenar de señores en edad de ser abuelos, trajeados, de mirada seria y sostenida. Compartían un motivo. Todos estaban ahí para ver cómo Nicolás Márquez, un abogado de Mar del Plata, presentaba “La otra parte de la verdad”, uno más de la serie de libros que volvieron a contar los 70, reivindicando al accionar militar frente a la “subversión guerrillera”.

Laje llegó al libro de Márquez por su abuela, quien lo había alentado a buscar una “campana” diferente a la que le enseñaban en el colegio. La encontró buceando en foros de internet. El de Márquez fue el primer libro de política que leyó. Cuando terminó de anotarse los datos útiles para llevar al colegio y arrojárselos como proyectiles a sus profesores, le escribió un mail al autor. Márquez lo invitó a la presentación en Córdoba, que se realizaba unas semanas después.

—Soy Agustín, te escribí un mail hace unas semanas —le dijo al cierre del evento.

Márquez no se acordaba. El punk disfrazado insistió: ofreció hacerle una página web. La recompensa fue el usuario de Márquez en Messenger, el programa para chatear de ese momento.

Laje no solo conoció a Márquez: conoció a un mundo que, para el 2004, estaba en plena decadencia. La llegada al poder del kirchnerismo, su relectura sobre los hechos de la última dictadura militar y la puesta en marcha de una nueva política de Derechos Humanos había sentenciado a los sujetos como Márquez a la marginalidad, a la periferia de cualquier discusión política.

Mientras sus amigos usaban Messenger para disputar quién tenía los mejores emoticones, Laje buscaba a Márquez, catorce años mayor que él, para contarle sobre los episodios que tenían lugar en el aula, a los que recuerda como “un ejemplo del adoctrinamiento” que ejercían sus profesores, desde los de Historia hasta los de Química, en actividades como la proyección de películas o en charlas cotidianas. Márquez lo leía, le contaba su versión y le daba consejos y material para leer.

—Eran charlas largas —recuerda Márquez—, porque el tipo estaba hambriento, quería aprender.

El 24 de marzo de 2005, cuando ya estaban en contacto, Agustín Laje entró a su secundaria, el Colegio Italia, para un homenaje a las víctimas de la última dictadura militar. Cargaba con tres carteles que había impreso la noche anterior, con caras de víctimas de Montoneros. Llegó temprano al mural donde se pegaban las caras de los homenajeados y colocó sus carteles, su versión de a quién había que homenajear. Cuando salió al recreo ya no estaban más, pero estaba preparado: tenía copias. Las volvió a pegar. Las volvieron a sacar.

—Era un colegio muy hippie, donde no había que pedir autorización. En tu banco vos podías pegar, si querías, no sé, la foto de una mina en tanga. Y a mi me hacían quilombo por eso —dice Laje, hoy, trece años después.

Un tiempo después Márquez lo enfrentó. Le dijo que se estaba encaminando a ser un militante, pero que la derecha ya tenía militantes: lo que necesitaban eran intelectuales. Que si seguía así se iba a convertir en una “Cecilia Pando varón”. Laje le obedeció.

Fue una beca en Estados Unidos lo que terminó por sellar esa conversión. Laje pasó varios meses estudiando tácticas de contraterrorismo en la Universidad de la Defensa, en Washington, donde se formaron varios cuadros militares del Pentágono. Era una beca de posgrado y él apenas había entrado a la facultad. Adjuntó como referencia un archivo de word, donde estaba la versión preliminar de su libro sobre los 70, que había arrancado a escribir ayudado por Márquez. Eso, junto a la enérgica recomendación de su mentor, quien ya había cursado el seminario, alcanzó.

Hoy, a sus veintinueve años, Laje recuerda esa época como quien recuerda el inicio de una hazaña.

—Hasta hace dos años para mí esta causa estaba perdida. Hoy creo que la podemos ganar.

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El Libro Negro de la Nueva Izquierda es best seller entre los de habla hispana en Amazon, todos los meses aparece entre los más vendidos de Cúspide y recientemente Yenny y El Ateneo lo incluyeron en sus catálogos. Es, además, la carta de presentación, el primer libro que Laje le recomienda a sus seguidores. Lo firman ambos, pero escriben por separado: Laje se encarga de la ideología de género y el feminismo; Márquez cuestiona al “homosexualismo ideológico”, otra de las supuestas banderas de la “nueva izquierda”.

“El comunismo no murió” sentencian los autoresCon la caída de la Unión Soviética en los 90, la izquierda se desplazó de la economía a la cultura. Conquistó las aulas, las artes y la comunicación. Conquistó los pines de la mochila, las fundas de celulares y los grafitis de Pinterest. Conquistó. Las proclamas de la revolución, aunque en envases cool, no murieron: para llevarla a cabo, la izquierda se “inventó” nuevos conflictos. Así nace la denominada ideología de género, el concepto -eslabón central del discurso de la nueva avanzada conservadora en Occidente- que le dio vitalidad a este tándem improbable, los puso en una avión a recorrer todo América Latina y los acercó a los jóvenes.

Después de hacer un recorrido teórico sobre la conversión del marxismo al posmarxismo en veinte páginas, Laje separa las tres olas del feminismo. Con la primera ola está todo en orden. Porque ¿quién se podría oponer a que las mujeres voten y sean consideradas como ciudadanas? Acá las protagonistas son mujeres de “gran inteligencia” cuya causa es completamente justa y entendible. El único feminismo que Agustín Laje acepta es un feminismo que no cuestiona las instituciones de la vida social, es decir, un feminismo que no es.

La segunda ola -que para la gran mayoría de historiadores es lo que Laje llama la tercera, es decir, que esta no existe- responde a la estrategia conservadora habitual y que ya lleva más de medio siglo funcionando: la Unión Soviética como ejemplo histórico. ¿Quieren ver como funciona en la práctica lo que ellas proponen? Busquen ahí. Entonces Laje va a detallar los efectos del “comunismo sexual”, que desprecia a la maternidad, utiliza al aborto como método anticonceptivo y expande el negocio de la prostitución mientras le quita el estigma al incesto y pedofilia. Todo esto atado a su método: un compendio de referencias bibliográficas, en este caso fuentes históricas -Laje destina páginas enteras a relatos sobre violaciones de los proletarios a sus esposas-, que buscan otorgarle a su libro un estatus académico.

El feminismo “radical” nace, según Laje, en la tercera ola. El campo ahora es la cultura y sus referentes son Simone De Beauvoir, Judith Butler y Paul Beatriz Preciado, entre otrxs. Es acá donde Laje vuelca sus teorías sobre cómo el feminismo busca destruir la familia atacando a la heterosexualidad -con la homosexualidad como solución y, en definitiva, invento teórico- y aceptando, en pos de ese plan de destrucción, la pedofilia y el incesto. Detrás de esto se oculta, según él, la “guerra” que las feministas han declarado frente a los hombres. El texto se vuelve denso y pierde claridad. Lo único que queda claro -porque lo repite varias veces- es que las feministas buscan destruir la familia y el matrimonio con el objetivo final de hacer la revolución; ahora, sus elementos son la ideología y la cultura.

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El apartado de Márquez, por otro lado, es, dicho sutilmente, un tratado abierto contra la homosexualidad, con los argumentos desplegados por la Iglesia hace más de un siglo. Apenas comienza aclara que su referencia a la homosexualidad incluye a su “militancia e ideología” pero no a los individuos que “en prudencia y discreción mantienen en su vida privada una intimidad de tinte homosexual”. Márquez avisa que sus “blancos” no serán los que “padecen dicha tendencia” sino los que la promueven. No es cierto. Se los refiere indistintamente como “sodomitas” -pecadores, según la doctrina católica-, “invertidos”, “minoría infértil” y se justifica a los portadores del virus del SIDA como castigo por sus “excesos” -o “antihigiénicos pasatiempos”-. Además, Márquez, al igual que Laje, tiene un ensañamiento con las personas trans y travestis, a los que acusa de mentir sobre su sexo, a pesar de los “tijeretazos”, un concepto -e imagen- que Márquez repitió durante nuestro encuentro en una confitería en la costa de Mar del Plata, al que llegó con un saco abotonado hasta arriba de todo, pañuelo al cuello y el pelo rubio, dorado casi, y engominado. Cargaba un libro enorme, con tamaño de enciclopedia y una lapicera plateada en el medio oficiando de señalador. ¿Su autor? Santo Tomás. “Me ayuda a pensar el orden natural”, dijo.

El Libro Negro de la Nueva Izquierda presenta una visión masticada, lista para ser consumida. Como todos los que se proponen ser el libro negro de algo, no ofrece reflexiones. Pero por sobre todo, no hay deseo, no hay lugar para el goce o el placer; todo está puesto al servicio de lo dado, lo natural. Todo tiene explicación. Es la picadora de carne de Pink Floyd ensamblada en la UCEMA: serás como debas ser. O serás excluido.

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Inglaterra y Croacia juegan un partidazo. La segunda semifinal del mundial se definirá en un alargue y Cecilia Pando tiene la mejor ubicación de todo el bar de Mendoza y Vuelta de Obligado, justo enfrente al televisor, pero en ningún momento me va a sacar la mirada de encima. Su atuendo combina con su currículum: lleva campera verde militar y no para de sujetar su cartera, un cuadrado negro con cadenas que se le estacionan en su cuello, como si se la fueran a arrancar en cualquier momento. Regala pocas sonrisas y cambios de postura, aunque mantiene un tono amable. Lo va a hacer únicamente en los momentos donde recuerde a un Agustín Laje joven. Le brillarán los ojos.

—Lo quiero. Es un orgullo para mí —dice Pando.

Pando conoció a Laje cuando este tenía entre quince y dieciséis años. Fue un 5 de octubre, en un acto homenaje a las víctimas del terrorismo en Argentina. Laje se les acercó para darse a conocer y hacer preguntas.

—Me sorprendió—dice Pando—. Esos temas eran un tabú, nadie se animaba a decir nada. Que se acerque de la nada un chico tan joven y curioso…

Unos años después, antes de cumplir dieciocho, Laje habló en uno de esos actos. Después se empezaron a ver menos: “Él empezó a prepararse, pero siempre estuvimos en contacto”.

La señora que hizo de la convicción una bandera política y de vida no tiene dudas. Ahora, los que combatían a los guerrilleros deben combatir al feminismo. El terreno también cambió.

—Las redes sociales ahora tienen un papel fundamental. Agustín pudo llegar a muchísimos jóvenes. Fue muy silencioso. Se juntaba, charlaba, los dejaba hablar. Se ganó ese lugar.

El 11 de mayo de 2018 a Cecilia Pando no le alcanzó el brazo para hacer un paneo y filmar a todos los que hicieron una cola interminable para entrar a la presentación de Márquez y Laje en la Feria del Libro. Fue uno de los eventos más concurridos y sin dudas el más polémico: mientras más de mil personas permanecían dentro de la sala, cientos esperaban en la puerta y afuera, sobre la avenida Santa Fe, otros cientos de manifestantes cantaban “a donde vayan los iremos a buscar” mientras agitaban pañuelos verdes. Cecilia Pando jamás se imaginó que un evento de semejante magnitud pudiera ocurrir. No estaba en sus planes. Cuando lo conoció, Agustín Laje era un proyecto condenado a la marginalidad.

Después del escrache, Laje salió en comunicación telefónica en la señal de TV A24, entrevistado por Eduardo Feinmann. Fue su primera incursión televisiva en un medio de Buenos Aires.

Antes de saludarlo, Eduardo Feinmann juntó las palmas en forma de rezo.

—Otra vez las feminazis.

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FUENTE: Anfibia. Nota: https://www.revistaanfibia.com/quien-le-teme-a-agustin-laje-2/