Ambiente y sustentabilidad
Ramona es semilla
Por Alexis Oliva (*) • 18/06/2021 12:56 • Tiempo estimado de lectura: 3 minutos
Cuando esta mañana Fernando Balicki me avisó de la muerte de Ramona, sólo atiné a decirle:
–Qué tristeza, hermano. Era algo posible pero impensado…
–Es como el Diego, viste… Que no creés, que no parece… –dijo él.
Hace tres meses, al recrudecer la amenaza de desalojo que persiste desde aquel 30 de diciembre de 2003 en que la policía le demolió la casa y la arrojó, fuimos –como tantos y tantas que junto al Movimiento Campesino de Córdoba acompañaron su resistencia– con Oscar Andres Frontroth, Daniel Díaz Romero y Noe Gaillardou hasta su campo en Las Maravillas.
–Yo no puedo estar sola, echo de menos a la gente –contó Ramona–. Me gusta cuando vienen a visitarme, porque me gusta compartir. Nunca comí sola. He criado tres hijos míos y seis ajenos, porque andaban sufriendo, con hambre. Les compraba zapatillas cuando los veía descalcitos, por eso yo digo que Dios sabía que yo hacía eso con los chicos.
Hace cinco años, cuando ella cumplía 90, en un alto del festejo el mismo Fernando recordó una anécdota que ilustraba “su cosmovisión, una especie de mandamiento pagano para dividir la pobreza”.
El niño llegó con hambre y abandono al rancho del paraje Las Maravillas, veinte kilómetros monte adentro de Sebastián Elcano, en el norte cordobés. Tenía unos cuatro o cinco años, nadie lo sabía con exactitud. Ramona ya tenía casi una decena de hijos, entre propios y criados, y alguien le avisó que el chico estaba en el hospital y su madre no lo podía mantener. Luego de tramitar la guarda con el juez de paz, lo cargó en el sulqui y se lo llevó al campo. El changuito devoró el pan casero con mate cocido y cuando empezaba a comerse las migas dispersas en la mesa, Ramona lo frenó.
–No, m’hijo. Las migas no se comen. Son para los pipí –le dijo, mientras pasaba la mano por el mantel de hule y las juntaba en el delantal–. Usted las junta en un plato y las tira al patio para los pipí. ¿Me entiende?
Con esa filosofía resistió al monocultivo transgénico, sus topadoras, su violencia policial y sus desalojos. El Poder Judicial le dio la espalda y el Gobierno miró para otro lado. Tan luego a ella, encarnación de la Pacha Mama, quisieron convertirla en una extraterrestre, sin derechos como hija de su padre y madre, como trabajadora campesina, como poseedora, como mujer y como anciana.
Cruel paradoja: la más cabal exponente de la conexión con la tierra fue para la institucionalidad una “usurpadora” digna de ser “lanzada” (textual de la última sentencia) de la porción del globo terráqueo donde asentaba sus pies.
Pero el agronegocio y sus aliados no pudieron con su lucha por la tierra y la vida. Ramona resistió hasta el final y ahora su dignidad camina otros mundos. Hoy su ejemplo se multiplica y es semilla.
Hasta siempre y gracias por tanto, Ramona Orellano de Bustamante.
* Periodista