Derechos Humanos

16º Marcha de la Gorra: Libres o nada

Nicolás Viglietti, docente y editor, comparte su mirada sobre la 16º Marcha de la Gorra, convocada para el pasado Martes 29/11.

Por Nicolás Viglietti* • 02/12/2022 08:56 • Tiempo estimado de lectura: 6 minutos

En el medio de una Córdoba calurosa, peinada por un ventarrón cálido y algunas gotas perezosas de una tormenta que no terminaba de definirse, la Marcha de la Gorra ocupó nuevamente la calle junto a diferentes organizaciones políticas y a manifestantes que se acercaban a marchar. Tímidamente al principio, con una gran concentración después, nos encontrábamos en el atardecer del Martes 29 con un asfalto poblado de zapatillas, alpargatas y botines que caminaban al unísono. 

Hay abrazos en la Marcha de la Gorra. Muchísimos. Hay seriedad plantada en los rostros, pero también una fraternidad que se hace en trenzar el trabajo colectivo hacia un frente común, tras la bandera que clama por las vidas de nuestros pibes y nuestras pibas. La consigna “Libres o nada” quedó clara en las diferentes intervenciones artísticas que fueron quedando, desde las pegatineadas habituales en la esquina de Colón y General Paz hasta las pintadas con consignas específicas y las carteleadas a lo largo de toda Colón, luego Olmos, que se sucedían en los espacios disponibles.

Quizá esta manera de habitar la calle sea algo que hoy, en su 16º encuentro, la Marcha ya haya naturalizado. O quizá sea una forma de intervenir un espacio históricamente negado, desde el Código de Faltas hasta el Código de Convivencia que fueron llevados varias veces a la conversación popular desde los micrófonos habilitados. Son las fuerzas de seguridad y su obrar consecuente con comportamientos patibularios, que apunta a criminalizar un determinado tipo de ciudadano -que responde al arquetipo del “merodeador”, por utilizar una figura del viejo Código de Faltas- las que quedan en la mira siempre, porque es a manos de este grueso segmento de la sociedad cordobesa que quedan las vidas de los pibes y pibas. 

Hay en el reclamo de estos familiares que se hace eco de un pulso social que ya es parte del imaginario social colectivo desde la vuelta de la democracia; las que llevan adelante la mayoría de la lucha son madres a las que les faltan sus pibes y pibas, así como insistieran en su reclamo aquellas madres y abuelas hace tantos años, dando vueltas en la célebre plaza tras la premisa de que “había que circular”. Las rupturas y continuidades históricas están a la vista; familiares a los que les fue arrebatada una vida querida y estimada, con el temblor propio de la impotencia y el terror en la voz, protagonizan una articulación necesaria. Porque si algo queda en claro a lo largo de estos años es que la calle no es muda, ni los desaparecidos están silenciados en el absoluto; persisten y viven, movilizan y hablan desde su recuerdo, su relato y su justicia trunca, siempre inconclusa.

Rupturas y continuidades: así como hay un grueso de información que falta sobre los desaparecidos durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional aún hoy, a casi cuarenta años de su conclusión y de tantísimo trabajo de organizaciones de Derechos Humanos, los mecanismos de persecución, hostigamiento y criminalización de una forma de existir en el territorio persisten y perviven. Hay, claramente, una necesidad de generar y, sobre todo, disciplinar a la ciudadanía dentro de su propia imagen ideal, una imagen que desconoce y descree la felicidad, los usos y costumbres culturales y un larguísimo número de identidades que se generan en los sectores históricamente subalternizados. El miedo al malón no solo no se ha ido**, sino que constituye un vástago fundamental sobre el que se apoya y giran la seguridad y la civilización, abriendo la puerta del estado-nación por la que pasa el ciudadano deseable (blanco, pulcro, de consumos culturales aceptables, etc.).

La marcha excede al territorio de la provincia y se hace eco de otras formas similares de trabajar la memoria, en escenarios donde la violencia institucional y el abuso de las fuerzas de seguridad se hace presente -es decir, en todo el territorio nacional-. Así es como Ivone Kukoc, madre de Pablo Kukoc, muerto de dos tiros por la espalda por el policía Luis Chocobar, marchó por primera vez en Córdoba y decía que “si no hay justicia, hay escrache”, mientras señalaba un cartel donde figuraba el victimario de su hijo. Otros nombres de otros pagos también resonaron, como por ejemplo Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, desaparecido hallado muerto el primero y muerto a balazos el segundo en el transcurso de 2017.

La Marcha de la Gorra es movilizadora en tanto existen desaparecidos en democracia, lo cual nos hace considerar que si bien la dictadura finalizó en los papeles, las fuerzas de seguridad siguen arrastrando los mismos viejos comportamientos y hábitos de perseguir y desaparecer -cuando no asesinar impunemente- a la ciudadanía indeseable. Conmueve ver la bronca organizada, sí, pero también empatizamos con la alegría popular y la manifestación pacífica que lleva adelante la organización de la Marcha desde el vamos. Infancias bailando en la calle, murgas que acompañan, artistas que prestan su trabajo para las intervenciones; todo está orientado a recordar a los desaparecidos y los muertos con alegría y algarabía. 

Para muestra, basta citar la finalización de la Marcha; en la ceremonia frente a una legislatura vallada e iluminada de un curioso color rojo, cuando se encendieron antorchas en la barredora, portadas por madres y familiares que terminaron colocándolas en tres tachos que estaban a tal fin, y encendieron velas que navegaban en bidones de agua cortados, formando una disposición de diamante junto a botellas de agua y a una intervención performática con tambores. Las palabras de la organización, que también recogieron reclamos de la lucha ecológica, fue que somos y estamos entre el fuego y el agua, dos elementos que combaten entre sí pero que confluyen en el encuentro. Se invitó a la gente a mojarse con el agua después de la lectura del documento y las palabras de familiares y el resultado pudo vivirse en la carcajada y el juego, mientras la esquina quedaba empapada y los pétalos de flores se esparcían por toda la esquina. 

La invitación al juego es esperanzadora frente a un panorama desolador de impunidad policial, de causas cajoneadas y de un aparato legal cómplice de un comportamiento hostigador. Pero el poder de la Marcha no reside en la muerte si no, justamente, en la vida. En seguir plantando: memoria, juego, palabras que nos identifiquen. En nombrar lo que se fue y lo que quiere barrerse bajo la alfombra.

Y en no desocupar jamás la calle, que es un territorio que nos corresponde a todos, no sólo a los ciudadanos deseables.

*Docente de antropología recibido del Instituto de Culturas Aborígenes y editor independiente.

**Nos referimos aquí al concepto que trabaja Gordillo en “Se viene el malón. Las geografías afectivas del racismo argentino” en Cuadernos de Antropología Social /52  (2020)