Ambiente y sustentabilidad
Clima de época
Las primeras Jornadas Socioambientales llevadas a cabo en Ciudad Universitaria recorrieron a través de mesas redondas, sesiones de pósters y talleres las distintas iniciativas académicas, de investigación y extensión que se desarrollan en Exactas. El encuentro cerró con un panel con destacados referentes del área, que reflexionaron sobre los desafíos que se abren para la ciencia en el contexto de un nuevo gobierno que niega la evidencia del cambio climático.
Por Redacción NexCiencia • 04/12/2023 00:08 • Tiempo estimado de lectura: 10 minutos
Se realizaron las primeras Jornadas Socioambientales de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, que incluyeron un nutrido programa de charlas y exposiciones a cargo de destacados investigadores, sesiones de pósters, talleres del programa Exactas Verde, visitas guiadas a la Reserva Ciudad Universitaria y un panel de cierre con la participación de importantes referentes del área, que reflexionaron sobre los enormes desafíos que se abren para la ciencia en el contexto de un nuevo gobierno que descree de la responsabilidad humana en el proceso de calentamiento global.
Las jornadas, que se desarrollaron entre el 21 y 24 de noviembre, fueron organizadas por el Programa Socio-Ambiental (ProSA-FCEN), creado el año pasado con el objetivo de fomentar y articular todas las iniciativas académicas, educativas, de investigación, de extensión e institucionales vinculadas con la cuestión socioambiental.
Hubo cuatro mesas redondas. De la primera, titulada “Crisis ambiental, transiciones y energías”, participaron María Victoria Cardinal, quien disertó sobre eco-epidemiología y control del Chagas en el Chaco; Federico Robledo, que describió estrategias de generación de información hidro-meteorológica socialmente accesible para la adaptación al cambio climático; Miryan Casanello Fernández, destacando la importancia de la optimización de procesos para mitigar el impacto ambiental; y Silvia Goyanes, recientemente premiada con el Konex de Platino en Ingenierías, que discurrió sobre los criterios de sustentabilidad en el diseño de materiales.
Los desafíos ambientales y políticos alrededor de la Reserva de Ciudad Universitaria fueron el eje de la segunda mesa redonda. Hubo otra sobre “Educación socioambiental, residuos y sistemas productivos” y una última que abordó los avances y conflictos alrededor de la biodiversidad, el monitoreo de ecosistemas y los mecanismos de conservación y restauración ecológica.
El panel de cierre trajo a la discusión las “Problemáticas y desafíos socioambientales argentinas en clave regional: miradas desde la ciencia, la universidad y la gestión pública”.
En su disertación, Cecilia Nicolini, secretaria de Cambio Climático, Desarrollo Sostenible e Innovación, señaló el “desasosiego” que produce la actual coyuntura política pero destacó la necesidad de redoblar el compromiso con la agenda del cuidado del ambiente y la transición energética. “La gran herramienta que tiene la lucha contra el cambio climático –dijo– son los científicos y las científicas: el conocimiento, la información, la evidencia ante posturas negacionistas como las que vimos durante la última campaña electoral”.
Hizo un repaso de los distintos instrumentos generados por la gestión saliente, entre ellos el Plan Nacional de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático al año 2030, que fijó las metas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero a las que se compromete la Argentina. Y anunció la última actualización –presentada este lunes– de la medición de emisiones y su composición, clave para el diagnóstico y la identificación de las políticas a implementar para disminuirlas.
La funcionaria puso el foco en múltiples acciones que apuntaron a mejorar la adaptación al cambio climático, que “son fundamentales para países como la Argentina, que debe preparar a sus territorios, tan vulnerables ante esta triple crisis planetaria de cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación. Nos comprometimos a alcanzar la ‘carbononeutralidad’ para 2050, un objetivo muy ambicioso que nos pone a la altura de los países desarrollados. Pero lo cierto es que, si bien la Argentina aporta menos del 1% de las emisiones, vemos que estamos entre los principales países afectados por la crisis climática, por el nivel de vulnerabilidad de nuestra infraestructura y nuestra población”.
Nicolini postuló, por fin, en el complejo marco del fundamentalismo monetarista que profesan las autoridades electas, la conveniencia económica de sostener la cuestión climática como política de Estado, “porque quizás sea la última gran oportunidad de desarrollo para un país que a nivel global es un acreedor climático, que podría monetizar los servicios ecosistémicos que brinda, a partir de un modelo donde el capital natural tenga más valor que el capital financiero”.
Fue luego el turno del profesor emérito Juan Carlos Reboreda, exdecano de Exactas UBA, quien procuró dimensionar la magnitud del proceso de pérdida de biodiversidad que atraviesa el planeta.
“Esto que se denomina cambio global, el conjunto de transformaciones químicas y biológicas a gran escala que afectan a nuestro planeta como resultado de la intensificación de las actividades humanas a partir de la segunda mitad del siglo XX, lo que se llama ‘la gran aceleración’, para muchos implica una nueva época geológica: el Antropoceno –señaló Reboreda–, caracterizada fundamentalmente por tasas de extinción de especies que evolucionan en escala logarítmica, cien veces mayores a las históricas y, las proyectadas, entre tres y diez mil veces más altas. Es decir, sólo comparables a las que se dieron durante los eventos de extinción masiva de los últimos 500 millones de años, con una diferencia: aquellas extinciones ocurrieron durante millones de años, y lo que vemos aquí está ocurriendo en décadas”.
El biólogo enumeró los diversos fenómenos que están acelerando la pérdida de biodiversidad y del hábitat de miles de especies, con eje en los drásticos cambios en los usos de la tierra, y con América Latina como la segunda región más afectada, después de África. Y detalló la cantidad de especies amenazadas en el territorio argentino, en comparación con los datos del continente y a nivel global.
Reboreda advirtió sobre el fuerte déficit de las políticas de conservación de la biodiversidad en áreas protegidas. Y se preguntó: “¿Cómo haremos conservación si el gobierno entrante no muestra interés en la problemática y no sabemos siquiera si el Ministerio de Ambiente será reducido a una secretaría o, apenas, a una subsecretaría, y si la única idea que se formuló sobre el tema fue asignar derechos de propiedad sobre las especies? Más allá del problema técnico de cómo alambrar el océano para que no se escapen las ballenas –ironizó–, es difícil ser optimista sobre lo que viene en términos de políticas de mitigación del impacto sobre el ambiente”.
La socióloga Gabriela Merlinsky, investigadora del Instituto Gino Germani, aportó en su exposición un valioso enfoque interdisciplinar a partir del cruce entre las prácticas extractivistas y los conceptos de justicia social y justicia ambiental. Ante los acontecimientos “distópicos” que vive el país, destacó las Jornadas Socioambientales en tanto “reflejan esta preocupación, que creo central por la construcción social y política de la cuestión ambiental”. E invitó a situarse en la geopolítica ambiental de América Latina para pensar “cómo va a evolucionar este marco de conflictividad creciente en torno a la apropiación y distribución de los bienes comunes. ¿En qué va a consistir la conflictividad que se abre, desde una perspectiva social pero también ambiental? ¿Permitiremos, por ejemplo, que ya no queden áreas protegidas? ¿Qué es lo que tenemos que tratar de asegurar, como en una estrategia de negociación, en este momento oscuro que se avecina? Si estamos ante la posibilidad de un colapso ecológico global, de una crisis civilizatoria que no es sólo de la Argentina, ¿cómo debemos posicionarnos ante esto? Que haya dirigentes negacionistas no implica que nosotros no tengamos que actuar, porque lo que está en juego son las condiciones para la reproducción de la vida”.
Merlinsky citó el trabajo del antropólogo francés Bruno Latour para explicar cómo la separación entre la ciencia como espacio de producción de datos, libre de juicios de valor, y la política como un espacio donde están todos los juicios de valor pero no la información, “nos ha hecho mucho daño porque nos ha hecho desentender de los problemas de nuestro tiempo”.
Y puso al “neoextractivismo” en el centro del entrelazamiento de cuatro crisis, la alimentaria, la energética, la financiera y la climática. “Es momento de discutir –concluyó– este proceso de explotación de grandes volúmenes de recursos naturales a un ritmo que impide la recomposición de los ecosistemas, que ha sido parte de un proyecto que podríamos llamar ‘neodesarrollista’, que buscó generar más bienestar social mediante la redistribución con el extractivismo, y que creemos que, en esos términos, fracasó”.
Cerró las exposiciones el ingeniero agrónomo Walter Pengue, doctor en agroecología y director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente, quien ensayó una descripción de la crisis climática desde la perspectiva de la economía ecológica, definida como la ciencia de la gestión de la sustentabilidad. “Porque en la economía –sostuvo– los números siempre cierran o los hacen cerrar de alguna manera, pero en la ecología sabemos que no cierran. Mucho se habla de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, los dibujan en cuadraditos de colores uno al lado del otro, como si fueran todos iguales. En realidad, tanto la economía como la sociedad se basan en los recursos naturales y no al revés. Necesitamos entender, por lo tanto, que la sustentabilidad se basa en la naturaleza, y que sin naturaleza, es imposible”.
“En economía ecológica estudiamos los ritmos, las tasas de renovabilidad y reposición de los recursos, que nunca pueden ser superiores a las tasas de interés de mercado. Solamente viéndolo desde el ombligo del mercado, automáticamente estamos destruyendo recursos naturales. Ahí hay una cuestión clave, muy potente, que ayuda a entender estos procesos en términos biofísicos. Nos estamos comiendo el planeta. Y también nos estamos comiendo entre nosotros.”
“Sabemos, por ejemplo, que el modelo de agricultura industrial, aunque pueda tener algunos ajustes, difícilmente será sostenible. Si un país como la Argentina tiende a depender de la exportación de soja, debe saber que el aumento de la producción de los cultivos se vincula directamente con un incremento en la superficie deforestada. Nosotros no hacemos política con la economía ecológica. Hacemos investigación. Pero sí mostramos la insustentabilidad de estos sistemas.”
El agroecólogo mostró luego el “crescendo” de las últimas advertencias de António Guterres, el secretario general de la ONU, que este año dijo que “la humanidad abrió las puertas del infierno climático”, después que el calentamiento global ya dejó paso a la “ebullición global”, y por fin que “el colapso climático ha comenzado”. “¿Qué más tiene que decir este hombre –concluyó Pengue, ya sobre el cierre de las primeras Jornadas Socioambientales de Exactas UBA– para que la sociedad comprenda que en sólo dos generaciones se está quemando todo la riqueza acumulada durante siglos?”
FUENTE: NexCiencia.