Córdoba diverse
Frente de liberación homosexual: Las locas mariconeando la revolución
Llegado otro 24 de marzo, una nueva jornada de lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia, y acercándonos a los cuarenta años de la recuperación de esta democracia, podemos -necesitamos- habilitarnos el espacio para discutir qué sociedad deseamos construir y qué democracia(s) aporta a ese deseo.
Por Redacción Enfant Terrible. RMD • 28/03/2023 09:19 • Tiempo estimado de lectura: 12 minutos
“No queremos que nos persigan, ni que nos prendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen”
Néstor «Rosa» Perlongher – El sexo de las locas, 1984
Este año se cumplen 40 años de democracia ininterrumpida. Pero esta democracia ¿ha sido para todes por igual? ¿Solo existe una forma de entenderla? ¿La persecución, la represión, el escarnio han quedado en el olvido? Cuando volvemos la vista hacia las últimas décadas, ¿de qué democracia hablamos? ¿democracia para quiénes? ¿qué sujetos son y han sido parte de esta vida democrática?
La lucha histórica y necesaria sostenida en el país por defender a la democracia como modelo contra el horror del pasado no puede llevarnos a una lectura vacía de crítica y problematización. Confiamos en este modelo como camino a mundos nuevos, más justos y más libres, pero -y justamente por esa confianza- no estamos dispuestas a dejarlo en manos de los sectores conservadores, que lo usufructan como mero ícono, que aplana luchas y neutraliza reivindicaciones, bajo el disfraz de un discurso bonito.
Llegado otro 24 de marzo, una nueva jornada de lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia, y acercándonos a los cuarenta años de la recuperación de esta democracia, podemos -necesitamos- habilitarnos el espacio para discutir qué sociedad deseamos construir y qué democracia(s) aporta a ese deseo.
Creemos que desandar nuestro recorrido y conversar con nuestras ancestras puede ser un buen punto de partida para nutrir nuestras preguntas y así (re)imaginarnos. Ir al rescate de nuestras historias para volver a narrar nuestro presente. Por eso hoy vamos a tomar el té con nuestras tías del FLH, o por qué no imaginarnos putoneando con ellas, para convidarnos algunas preguntas: ¿qué democracias soñaba el Frente de Liberación Homosexual? ¿Que deseos y existencias habilitaba esa sociedad que querían construir?
FLH: Desear la revolución/ revolucionar el deseo
«Una vez, alguno de nosotros soñó un lugar. Era un lugar abierto, espaciado. Había una avenida que se llamaba Libertad. En lugar de explotarse los unos a los otros la gente se amaba. Nadie agredía a nadie, porque todos hacían el amor con quien querían”. Así comenzaba la primera edición de Somos, una revista publicada de manera clandestina por el Frente de Liberación Homosexual entre 1973 y 1975. La escritura de las locas se abría paso y en ese lenguaje no podían faltar sueños de liberación. Los homosexuales de ese entonces hicieron de la escritura la posibilidad de construir un lugar soñado que sin embargo sólo podría hacerse a través de una lucha revolucionaria. Escrituras desviadas y torcidas que no se restringían a revistas, panfletos y paredes, sino también a la que hacían ellas con sus cuerpos, con sus sexos de locas, en las calles, en los baños y en el centro de la picota.
En 1971, diversos agrupamientos de homosexuales en Argentina construyeron un frente concentrado en Buenos Aires y de carácter variado -sindicalistas, profesionales de las letras y el arte, estudiantes universitarios, lesbianas, cristianos- que luchaban por su liberación: el FLH, que pondría en juego toda la locura deseante en un contexto de represión, censura y persecución, pero también de resistencias, organización y lucha armada. A los maricones que supieron yirar en los márgenes de su época, ya no les alcanzaban las teteras (baños públicos donde los putos tenían sexo), ahora la imaginación política sexual también les haría yirar en una organización revolucionaria. Una organización que supo construirse asumiendo que a la revolución también había que mariconearla. Estas locas tuvieron el atrevimiento de hacerse presentes en la dinámica política de su época. Como no podría ser de otra forma lo hicieron escandalizando. Es que las posibilidades de escucha, en ese entonces, estaban vedadas. La heterosexualidad mantenía coptados los imaginarios de revolución y las alianzas con las izquierdas paquis eran, en su mayoría, prácticamente imposibles. De hecho, varios miembros del FLH cargaban en su trayectoria la expulsión, explícita o implícita, de sus anteriores espacios de militancia.
Recordemos, por ejemplo, que si bien el FLH compartió con las filas peronistas dos eventos de trascendencia (la asunción de Cámpora en mayo de 1973 y la llegada de Perón el 20 de junio de ese año, conocida como “La masacre de Ezeiza”), frente a las habladurías y declaraciones de algunos sectores del peronismo que decían que la juventud peronista se estaba mariconizando, Montoneros hizo pública la diferencia con aquellos putos con quienes no quería ser vinculado: en 1973, cantaban “No somos putos, no somos faloperos; somos soldados de Perón y montoneros”. Así obturaron cualquier posibilidad de alianza con el Frente y marcaron el tono de lo que serían sus posiciones internas respecto a la homosexualidad (censura, represión, expulsión). La vergüenza estaba localizada y no precisamente en la masculinidad llamativamente tradicional del “hombre nuevo”, sino en los placeres, deseos y existencias que la Iglesia, la ciencia moderna y el Estado se habían encargado de caracterizar como pecados, enfermedades y delitos.
Este distanciamiento abrió la posibilidad de potenciar otras discusiones internas: ¿cuál es la imagen del cuerpo que ahora entraría en escena como otro sujeto de la revolución? Esa exclusión de los grupos de izquierdas tradicionales llevaría al FLH a discutir si no sería más conveniente, para conseguir alianzas políticas, presentar al «homosexual masculino» más cerca de los idearios del «hombre nuevo». Un homosexual sujeto a las convenciones de masculinidad sostenida por el imperativo heterosexual; imperativo defendido por los dos extremos de la política de aquel entonces.
Sin embargo las locas se abrieron paso y se impusieron, defendiendo a la marica, femenina, viciosa, atrevida, emplumada, escandalosa. La marica como ese otrx sujetx de la revolución que desafiaba las normativas de la heterosexualidad capitalista. Las desafiaba no sólo por encarnar un cuerpo desobediente: las disputas del FLH no tenían que ver con una política estrictamente identitaria. Su horizonte no era construir otra identidad estable que los hiciera visibles ante el resto. Sus ideas de revolución estaban ligadas al libre ejercicio de la sexualidad. El ideario no era liberar a los homosexuales, como si se trataran de una especie en particular. Su lucha implicaba liberar a la homosexualidad latente en cada persona. El FLH consideraba que la homosexualidad de cada persona se mantenía reprimida por el capitalismo y que la heterosexualidad compulsiva le era funcional a este régimen socio-económico en cuanto le aseguraba la reproducción de su ejército de reserva y de su mercado de consumo.
De allí que el FLH era un grupo animado en fundirse en el “pueblo” contra el capitalismo imperialista. Un pueblo que, entendían, necesitaba de una liberación sexual. En su manifiesto «Sexo y Revolución», los homosexuales del Frente escriben que «ninguna revolución es completa, y por lo tanto, exitosa, si no subvierte la estructura ideológica íntimamente internalizada por los miembros de la sociedad de dominación». Pero estaban convencidas, a la vez, de que la emancipación homosexual resultaría vacía de potencia -incluso, irrealizable- si no se transformaba la desigualdad socio-económica que era efecto del modo de producción social capitalista: en la “Declaración del Frente de Liberación Homosexual a la población de Buenos Aires”, de noviembre de 1971, afirman que la liberación sexual será “una conquista ilusoria”, si no se acaba con “la opresión de una clase sobre otras” y “de algunos países sobre otros”.
Les preocupaba que la opresión sexual, apoyada en un sistema que consideraba a la reproducción como único fin del sexo, conducía a un entramado jerárquico de heterosexualidad compulsiva en la que el varón asumía un rol de jefe autoritario mientras que las mujeres y les homosexuales resultaban inferiorizados y reprimidos. Al atentar contra la libertad sexual, “se lesiona el derecho a disponer del propio cuerpo y por consiguiente de la propia vida, derecho negado por este sistema de relaciones de dominación donde el hombre es una mercancía más” (fragmento de los Puntos Básicos del Frente, extraído de Bazán, 2016:342). Si la revolución no tenía en cuenta la represión sexual, entonces no podría transformar las bases de la desigualdad y la opresión. De allí la máxima, en clave de humor, que esbozo una de las locas: “La revolución sexual solo será posible cuando los hombres heterosexuales socialicen su culo”.
El FLH se desenvolvió de modo descentralizado, sus manifestaciones se realizaron desde diferentes focos. Mariconear la revolución también implicaría mariconear una estética militante que se puso en juego hasta en el método de agrupamiento. Una organización homosexual no podría, diria la Perlongher, imitar la estructura machista de los partidos de la época. Estas locas se organizaron en un Frente con una lista de puntos en común en el que, sin embargo, las células que lo conformaban tendrían autonomía y una amplia libertad de acción. Esa energía revolucionaria de maricas radicalizadas no permitiría reproducir modos organizativos verticalistas con figuras de presidente, vice y socias vitalicias. Sus miembros no estaban dispuestos a reproducir formas de agrupamiento que le recordasen el orden de instituciones patriarcales (la familia, el ejército).
Los panfletos, las imágenes que construyeron, los colores que usaron, las palabras que agitaron en las calles entre el pueblo, también nos hablan de esa estética militante maricona. «Homosexual no estás solo», «por una sociedad donde no se reprima el amor», «si sabes del amor demuéstralo apoyando nuestra lucha», eran algunas de la frases que escribían en volantes con formas de frutas, flores y corazones y que repartían siempre resguardados por el anonimato, como forma de protección pero también como herramienta de lucha clandestina: la máscara oculta la identidad individualizada y nos fuerza a dimensionarla de manera colectiva, a la vez que tensiona la presunción de heterosexualidad (¿y si esa loca es alguien que conozco? ¿podría ser yo mismo?). Salieron así a las calles ruidosas de aquella época a proponer sueños de libertad que llevaban en sus cuerpos.
¿Todo tiene un final?
La experiencia revolucionaria del Frente, este sueño de mundos, «nuestro mundo», otros mundos, transmutado en una organización militante, encontraría su fin en el recrudecimiento de la represión a las disidencias ocurrido en el último año de gobierno de María Estela Martínez de Perón, Isabelita, y en los primeros meses de dictadura.
En febrero de 1975, la revista El Caudillo -órgano mediático de la Triple A y del ministerio de Bienestar Social, dirigido por José López Rega- publicaba una nota con el título “Acabar con los homosexuales”, que allanaría el camino a la acción legitimada de los grupos paramilitares contra los putos argentinos. En esos meses, por lo cruento de los discursos antihomosexuales y por la violencia de la represión (policial o civil), el número de integrantes del Frente se reduciría drásticamente. Las redadas policiales en sus reuniones o el caso de Federico, un integrante del Frente que apareció muerto en el Río de la Plata, son ejemplos concretos de ese contexto. Así, en los primeros meses de la dictadura se hicieron las últimas reuniones, con los pocos integrantes que quedaban. Continuar con el proyecto del Frente era, en ese momento, demasiado peligroso.
Si bien la experiencia del Frente se vio cercenada por la represión, la potencia de sus ideas y acciones no cayeron en el olvido. En este ejercicio de reconstrucción que nos permitimos, esta charla con las locas de los 70s, quisimos poner en circulación la pregunta por la democracia que construimos, por las democracias que se han soñado, y por las que soñamos nosotres ahora. La pregunta por el deseo y los placeres, por su lugar en el presente. Re-nacerlas en nosotras, multiplicarlas como lo hacían ellas con sus escritos y sus volantes. Traerlas al aquí para cartografiar juntas nuestro contexto político. Escabullirnos entre las fisuras de la historia para volver a narrarla. Retomar el ejercicio de imaginación como una tarea incesante ante el odio que clausura. Abrazarnos a nuestras antepasadas para desandar la potencia deseante que habilita otros posibles frente a un mundo que sigue instaurando lo real contra nosotras.
No es una casualidad intentar reconstruir nuestras memorias en estas fechas. Como decía la Perlongher en El Sexo de las Locas, “Hablar de homosexualidad en la Argentina no es solo hablar de goce sino también hablar de terror. Esos secuestros, torturas, robos, prisiones, escarnios, bochornos, que los sujetos tenidos por ‘homosexuales’ padecen tradicionalmente en la Argentina –donde agredir putos es un deporte popular– anteceden, y tal vez ayuden a explicar, el genocidio de la dictadura”. La historia de aquellas que loquearon al margen de los idearios de una época está íntimamente relacionada con la historia de la represión. Pero al mismo tiempo, no olvidemos que también nuestra historia, la historia de las locas, se acostó con la revolución, se besó con las libertades, abrazó a otrxs por un mundo sin explotadxs, salió de fiestas con nuevos imaginarios, yiró alianzas por un sueño común, sexualizó la política, cantó, danzó, gritó insistentemente que lo que querían era que las deseen y aquello no podía hacerse sin revolucionarlo todo.
¿Y nosotras?
FUENTE: Enfant Terrible.