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La soledad del cuadrilátero

Hijo de un tiempo donde los ídolos eran reflejo de lo popular, Martillo Roldán llevó sus sueños de ser campeón mundial en un puño que convocaba miles. Fue uno de esos boxeadores emergentes de una pasión perdida.

Autor: The Ring Magazine | Crédito: The Ring Magazine via Getty Images
Derechos de autor: 2013 The Ring Magazine

Las noches de sábados fueron icónicas en la segunda parte del siglo veinte. Eran las noches del Luna Park en el puerto, del Córdoba Sport en estas latitudes, en un ritual que se reproducía en cualquier galpón de club a lo largo y ancho del país.

En los suburbios, en el bajo popular aparecían ellos, ídolos sin infancias ni vejez, pero de presentes intensos y fundamentalmente un vecino y amigo, un igual. El boxeador, vitoreado y fotografiado, arriba del cuadrilátero se jugaban su futuro en un “ahora ya” que sólo se explicaba por las multitudes deseosas de vivar al ídolo de origen humilde o pueblerino. Desde Luis Ángel Firpo hasta el Roña Castro, una campana y tres minutos para jugarse y ganarse la vida a través de los puños.

Esta semana Juan Domingo “Martillo” Roldán murió producto del covid. Alejado hace más de tres décadas del boxeo y de la exposición mediática, fue en los 80 el grandote del este cordobés que podía desafiar y destronar a los mejores, en la casa del boxeo mundial: El Madison Squere Garden.

Bonachón más que bohemio Martillo Roldán fue, quizás, uno de los últimos ídolos de Córdoba. Contemporáneo de dos campeones del mundo Santos Benigno Laciar  y Gustavo Ballas, el oriundo de Freire fue campeón sin corona después de la pelea con Hagler.

Quizás por su simpleza o porque siempre supo que del campo venía y allí volvería una vez finalizada su carrera, pudo transitar el vértigo que exponía a los boxeadores sin encandilarse con los flashes del Luna Park o tanta fauna nocturna porteña o internacional. En cada entrevista que dio, Martillo reconocía como ídolo y referente a Bonavena. El Ringo, porteño y fanfarrón, fiel exponente de la vida vertiginosa del boxeador, continuador del Mono Gatica, precursor de Monzón en los excesos y despilfarros.  Juan Domingo Roldán tomó de él solo lo deportivo, la potencia dentro del ring y una mentalidad ganadora que lo llevó, como a Ringo, a ser figura central del Madison Square Garden.

Esperanza nacional en la primavera democrática

Martillo Roldán en la primera parte de los 80 fue esa figura que solo el boxeo podía brindar. El grandote de manos anchas con una historia donde las memorias se cruzaban con los mitos, como aquella pelea y victoria con un oso de un circo húngaro.  

Pero también se convirtió en esperanza en el retorno de la democracia. Luego de la dictadura cívico militar la necesidad de festejar éxitos deportivos se hacía necesario. En dictadura hubieron campeones, pero en el 84 estaban en retirada o rumbo a ella como Reuteman, Monzón, Vilas o la misma selección nacional de fútbol que defraudó en el mundial de España. Además el boxeo contaba aun con arraigo popular solo superado por el fútbol. Todos condimentos para alimentar en su figura una expectativa nacional.

Las tapas y cobertura del Gráfico y demás medios atestiguan que Roldán no estaba sólo, el país estaba pendiente. Martillo subía al ring con millones de voluntades, aunque con el sonido del gong, como tanto otros, se encontraba solo y en calzoncillos en el ring. Él pudo superarla, otros ídolos sucumbieron por nocaut ante la soledad del cuadrilátero.