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Las leyendas que surgieron del Champaquí, el cerro más alto de Córdoba

Por Tercer Río Noticias • 22/08/2021 00:01 • Tiempo estimado de lectura: 13 minutos

El centinela de la zona, con su cúspide. O el techo más alto de Córdoba. De este cerro impactante nacieron leyendas, muchas desconocidas.

Es impactante, tanto en invierno, cuando se viste de blanco por la nieve, como en cualquier época del año. Desde lejos, se observa un pequeño vértice que supera al cordón montañoso que divide en dos a la provincia de Córdoba. En Calamuchita, el cerro, visualmente, impacta por su conformación, mientras más se acerca el visitante. 

El Champaquí, con sus casi 2.800 metros, es el techo de Córdoba. Y es, también, el que invita a llegar hasta su base o a su cima. Es por ello, que pequeños grupos o excursiones, emprenden desde Calamuchita, el recorrido y, en ese contexto, debe señalarse, en ocasiones se generan problemas porque muchas son las personas que se extravían, y luego, personal de Bomberos Voluntarios, la policía, con lugareños, deben acudir en rescate de las mismas. Recorrer el trayecto para llegar al Champaquí, no es sencillo, para nada. Quienes deseen emprender dicha aventura, deben hacerlo con guías que conozcan el terreno. 

La Provincia ha avanzado precisamente en regular esto, no sólo para evitar que estos hechos (los extravíos), sucedan, sino para preservar la naturaleza del lugar, que es pródiga y es parte de una singular belleza. 

Primero, el porqué de su denominación

Antes de las leyendas del mismo, en primer lugar, es interesante conocer el porqué de su nombre. En el sitio champaqui.com.ar, en donde se alude a la toponimia del cerro, Carlos Paulí Álvarez, recuerda que Montes Pacheco hace primero una referencia a la traducción que indicaría «Agua de la cumbre» (…) y que estaría relacionada al trabajo de encauzamiento de las aguas de riego, mediante champas (césped). 

Señala, en ese sentido, que la idea es sugerida por Domingo A. Bravo, quien ve en la función del champached, esto es, del «champero o champeador» según voz quechua, una respuesta a la incógnita. En la cima del cerro, hay un pequeño espejo de agua, un estanque natural.

Quienes en alguna oportunidad, hemos llegado a la cima del cerro (quien escribe lo hizo, hace demasiados años), recordaremos esa pequeña laguna. Recuerda Álvarez, que otras corrientes indican que tal lagunilla ha dado origen al nombre del cerro que significa en lengua del indígena comechingón: Agua-en-la-cabeza, es decir, «Agua en la cumbre», como indicaba Montes Pacheco. Para Álvarez, lo más aceptable sería «Cumbre del agua que corre». De qui, punta, extremo, cima, cumbre; cha, agua (aymara) y ampa, agua que corre, arroyo. La expresión completa sería Cha-ampa-qui.

Las leyendas

Desde el cerro más alto de la provincia de Córdoba, han surgido diferentes leyendas, en algunos casos, del imaginario popular, y en otros, a partir de los conquistadores españoles que llegaron hasta el mismo.

Una de ellas, alude a la que se considera la primera incursión de la primera avanzada europea al interior profundo de lo que sería mucho más tarde la Argentina, y por ende, la provincia de Córdoba. En este caso, más que una leyenda, que surgió de dicha recorrida europea, es parte, también, de un hecho histórico que sucedió.

La llegada de César y su leyenda

La primera incursión de europeos al corazón de la actual Córdoba, tiene siglos. Francisco César era un capitán español de la expedición del marino Sebastián Caboto o Gaboto, que había imaginado encontrar, por relatos previos, una ciudad cubierta de riquezas, y por ello se dice que decidió no seguir su rumbo hacia Las Molucas, internándose en el estuario del Plata, conocido como «Mar Dulce» o «Río de Solís». Era habitual, que a su llegada, los europeos, no sólo tomaran posesión de sitios sin el permiso de sus dueños, sino que, además, sin permiso tampoco, bautizaran a los mismos con denominaciones foráneas.

Gaboto, italiano a las órdenes del Reino de España, al parecer no era muy afecto a seguir las hojas de ruta asignadas, sino, a decidir, sobre la marcha, lo que le parecía correcto. Se indica que ante alguna inquietud de los tripulantes, pronunció: «Yo faré lo que se me antojase». Por supuesto que nadie se atrevió a contradecirlo.

Corría 1528, cuando tras navegar el actual Río de la Plata, se adentró por el Paraná, hasta llegar al Carcaraña, uno de sus más importantes afluentes. Allí decidiría erigir el Fuerte Sancti Spiritu, que traducido es «Espíritu Santo». Más allá de la religiosidad y credo, que impusieron por las armas, considerando lo que hicieron con los pueblos originarios, poco y nada de espiritualidad tenían y no eran tan santos. El Carcarañá, tiene su mayor caudal aportado por el Ctalamochita, antes «Tercero», río que tiene a parte de su naciente en los aportes de cursos de agua que forman el Santa Rosa, uno de sus principales tributarios.

Tampoco los conquistadores serían muy originales, luego, para denominar y rebautizar a los ríos cordobeses. Utilizaron para cambiarle sus denominaciones, números cardinales: Primero, Segundo, Tercero, Cuarto y Quinto. Poco de esfuerzo imaginativo. Algunos historiadores, señalan que fueron «prácticos» a la hora de imponer las nuevas denominaciones a los ríos, aunque muchos sostienen que la pereza no es practicidad.

Finalmente, en 1984, a través de una ley provincial se les devolvía a los cursos de agua sus nombres aborígenes originales: Río Primero (Suquía), río Segundo (Xanaes), río Tercero (Ctalamochita), río Cuarto (Chocancharava) y río Quinto (Popopis). Bien, Gaboto envió a César, con unos 15 o 20 hombres, a remontar precisamente el Ctalamochita.

Una de las columnas supuestamente se dirigió al sur del actual territorio argentino, mientras que las otras, con César a su mando, llegó al nacimiento del río Ctalamochita. Luego existen dos versiones: que hizo cima en el Champaquí, y retornó; o que  pasó al valle de Conlara, en la provincia de San Luis. Más allá de estas dos posibilidades, lo cierto es que aquellos expedicionarios no encontraron jamás esa ciudad “dorada” o “cubierta de esmeraldas”, y algunos de los hombres de aquella travesía se perderían para siempre originando otra leyenda: la «Ciudad de los Césares», que es situada no sólo en esta zona. 

Si en el norte de Sudamérica los europeos, en su afán conquistador, se embarcaron en la búsqueda de la mítica ciudad del Dorado, aquí, incursionando por el estuario del Plata (que no por casualidad tomó ese nombre de los españoles, ya que se buscaba la denominada «Sierra de la Plata»), surgió aquella leyenda colonizadora. Algunos situaban a la supuesta ciudad en la zona de las serranías calamuchitanas, mientras que otros la ubicaban en la región cordillerana, al sur de nuestro país y Chile. Aún más, «Argentina» procede del latín, por Argentum, que es «plata».

Por ello, es que cuando se alude a la conocida como «Ciudad de los Césares», su supuesta ubicación (suena extraño ubicar algo que no existe), varía entre las serranías calamuchitanas y los elevados picos cordilleranos. Se indicaba que el lugar, ese que buscaba César, era una ciudad conocida como «Trapalanda» o «Lin Lin», la que estaba rodeada por un “cerro de diamantes” y otro “de oro”, conformada por “templos de plata y de oro, con tierras excelentes”. Como sea, así fue la primera incursión desde el mar hasta el interior del actual territorio Argentino, y que esta zona, por ser la poseedora de aquel curso de agua con salida al Atlántico, sería testigo de aquella aventura generada por el afán conquistador. 

Existen cuatro relatos históricos distintos sobre aquella travesía y leyenda, que terminaron por fusionarse en una sola: el de una rica ciudad en la cual sus habitantes (que eran llamados los Césares) eran descendientes de españoles y de los pueblos autóctonos; los cuales juntos fundaron esta mítica ciudad de ubicación desconocida.

Una leyenda: la novia de la Laguna

Considerando lo previamente citado, los europeos ya se habían adentrado a la zona de las sierras. Y así avanzarían. En Historias y Leyendas del Valle de Calamuchita por Sergio Mayor – Córdoba 1970 –, citado por Red Calamuchita, se recuerda que considerando las características del lugar, no es extraño que haya existido en el lugar un cacique aborigen, ergo, los habitantes originarios, dueños de esas tierras y de mucho más allá.

He conocido por vecinos del valle de San Javier, en casa de Tomás Domínguez la leyenda de la novia de la Laguna. Después de la pampilla de la cima, farallones a modo de fuerte custodian una laguna circular, alimentada por arroyos. En los atardeceres se alza un suave vapor, que el sol tiñe de rojo y de oro. Entonces aparece una mujer de cabellos rubios envuelta en blanco y anaranjado tul: Es la novia de la Laguna. La conocía por Raúl Verde Paz como leyenda del Champaquí. La leyenda surgió, en este caso, en el Valle de San Javier.

Recuerda: En una de las grandes cuevas, en la falda oriental, poco antes de llegar a la cumbre del cerro, vivía un jefe indio, que desde esa atalaya natural vigilaba toda la región. Desde ese amplio horizonte descubrieron un día gentes de raza blanca, al oeste en el Valle de San Javier. En una de sus incursiones al otro lado de la sierra, cortada a pico, raptó a una muchacha rubia de rara belleza. La llevó a su cueva de la montaña como hizo Bamba en el Valle de Punilla.

Menciona, siempre según la leyenda, a modo de relato oral que se trasladó por generaciones, que los intentos de los españoles por rescatarla fracasaron, pues la abrupta montaña no daba paso, que sólo se franqueaba por tres peligrosos desfiladeros: la cuesta de las cabras, la quebrada del tigre y la cuesta de las totoras.

Se recuerda que no estaban resignados a perderla y en su angustia en la esperanza de verla, miraban al cerro. Sólo en los atardeceres sin niebla y luminosos, creían verla. El rojo color del crepúsculo y el blanco del vapor de agua, formando hermosas combinaciones, por un natural espejismo, reproduce una figura humana de mujer que parece danzar envuelta en gasas sobre la cabeza del Champaquí. Por eso la llaman la Novia de la Laguna.

Una sirena o hada

El imaginario popular, como sucede en diferentes lugares del mundo, hizo de sitios emblemáticos los reductos o el origen de leyendas con matices fantásticos. Otro relato refiere a la presencia de una mujer de largos cabellos dorados que emerge de la laguna.

Francisco Espejo, Director de la Escuela nº16. el 17 de julio de 1921, describía, según lo señala la Asociación Civil y Cultural Relatos del Viento, que rescató el valioso documento: «El gran cerro Champaquí, se levanta majestuoso sobre todos sus similares, entre una vegetación subtropical. En su cima hállase una pequeña lagunita, la cual según se cree, pierde en las entrañas del cerro todo su caudal y las del pequeño afluente Champaquí. Mora en el centro de la laguna una mujer de largos y rubios cabellos, formados de finísimas hebras de oro, nítidamente vestida. Su belleza es supersugestiva a la mirada de los que se atreven franquear las faldas del cerro. La laguna anuncia la presencia del extranjero produciendo espesas nubes y broncos truenos (…)»

Otros relatos la mencionan como «El Hada de la Laguna», en donde se apunta que un lugareño al pasar por el dicho sitio, quedó extasiado ante la belleza de la joven. Al intentar confesarle su amor, siempre, pero siempre desaparecía en el estanque natural. En uno de los intentos, quedaría para siempre atrapado junto al pequeño espejo de agua.

Amaranto y el Toro

La joven, no estaría sola. Un toro de pelaje negro, con sus astas doradas, se indica, es quien resguarda el lugar. Julio Viggiano Esain, en “Leyendas Cordobesas”, señala que en una reunión de arrieros se contó lo del toro de astas de oro, entonces uno de ellos, le pidió a la mujer que cebaba mates que le prestara el Rosario. Lo besó y dijo: «Ahurita sí le juro que de volver traigo el toro o no vuelvo más… te lo juro…».  Ahí nomás preparó su caballo, se colocó los guardamontes, se armó de un largo lazo y sin despedirse de nadie, salió.

A pesar de los ruegos para que retornara, prosiguió con su camino. Amaranto montado toda la noche llegó a la orilla del lago o laguna en la cumbre del Champaquí. Estuvo espiando entre las sombras de la noche. No vio nada, pero se escuchaban unos hermosos cantos de sirena, que emborrachaban de placer al oírlos. Pero no veía nada…

Finalmente, señala el relato que observó que del medio de la laguna salía el cuerpo de un hermoso toro, brillándole las astas y echando fuego por los ojos, narices y boca. Amaranto, ahí nomás, montó en su caballo, se acercó a la orilla, preparó el lazo y cuando estuvo a tiro, largó el lazo al toro, enlazándolo… Cuando el toro sintió el lazo en el pescuezo pegó un terrible bramido que hizo temblar toda la sierra…

Señala el relato que las aguas empezaron a revolverse y a volcarse por la falda de la montaña, inundando el valle… Amaranto, bien afirmado a su caballo tiró del lazo y el toro pegó otro bramido. Entonces se hizo un gran hoyo en las aguas y en él cayó Amaranto con su caballo. Cuando la laguna ya volcada en las serranías se secó, no quedó rastros de Amaranto ni de su caballo…

Majestuoso también por las leyendas

El imponente  Champaquí, se alza majestuoso en las serranías cordobesas, dividiendo en dos a la provincia, entre los valles Calamuchita y San Javier. Según en el que se encuentre el habitante o visitante, el otro lado será «Traslasierra».

Llegar a la base del mismo, ya está expresado, no es sencillo, por diferentes razones. Se necesita de un guía autorizado para ascenderlo, desde Calamuchita, por ejemplo, con más facilidad. No hacerlo implica no solamente colocarse en riesgo, sino movilizar recursos humanos y materiales, lo que no debe suceder. A pesar de ello, sucede y es recurrente.

Desde su cumbre surgieron las leyendas citadas, y como tales, es interesante rescatarlas, porque son parte del cerro y de quienes habitaron su entorno desde hace siglos. Es uno de los tesoros que brinda, además de su impactante marco natural, el que se puede disfrutar, por supuesto, aunque nunca desafiar. 

Fuente: https://3rionoticias.com/