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Milei, el Conicet y la pseudociencia

Las declaraciones del ganador de las PASO sobre el CONICET abrieron un abanico de reacciones en toda la sociedad argentina a propósito de la nunca bien ponderada ciencia nacional. Nacho Bisignano analiza la amenaza de cierre del CONICET desde su lugar de becario del instituto y también desde un análisis detallado del discurso ultraliberal.

Por Redacción Enfant Terrible. RMD • 18/08/2023 01:02 • Tiempo estimado de lectura: 5 minutos

Javier Milei propuso cerrar el CONICET, o lo que es lo mismo: quitar todo el presupuesto a Ciencia y Técnica para que la actividad científica e intelectual quede en manos privadas. Sus dichos ya no sorprenden. Los niveles de espanto han pasado todos los limites y a esta altura, el miedo a la destrucción total del Estado ya no parece un impacto que movilice. Sin embargo, ese planteo no responde únicamente a una cuestión ideológica, es también producto de una absoluta ignorancia.

El vencedor de las PASO no tiene la menor idea del rol estratégico que cumple el CONICET en cuanto a la productividad económica de nuestro país. Si bien es nefasto plantear que todos los órdenes de la vida merecen subsistir por su rentabilidad o productividad en relación al capital, incluso en ese registro anarco- liberal el CONICET es esencial. La producción agrícola y ganadera –que genera la mayor parte de los dólares que ingresan al país- se sostiene en base a constantes estudios realizados por científicos del Estado, los cuales crean y mejoran mecanismos para optimizar el rendimiento de las plantas, o crean herramientas para amortiguar el impacto de las sequías en los suelos, aportan datos a gran escala de las capacidades de los terrenos para su utilización inteligente, realizan diagnósticos certeros de los datos recientes que arroja la actividad para planificar las próximas cosechas con sabia distribución y aprovechamiento de los campos,  etc.

Ni que hablar la utilidad que ha tenido el CONICET con respecto a la lucha contra el coronavirus, generando kits de diagnóstico del virus, desarrollo de barbijos e insumos de todo tipo que se utilizaron en Argentina y que también se exportaron. 

Muchos de estos estudios son fruto de años de investigación y formación correspondiente al diseño científico estatal, los cuales no se ven afectados por los intereses parciales de los actores privados, sino que expresan una política amplia y global. El tiempo que se toma el CONICET en realizar investigaciones que no expresan una inmediata o cercana rentabilidad son los que permiten justamente la sabia administración de las semillas para la maximización de su producción.

¿Qué destino tiene la productividad de nuestro país sin investigadores formados en un saber general y amplio con capacidad para intervenir en problemas complejos? ¿Puede el mero interés parcial de los actores privados formar personas que se sitúen por fuera de esos intereses particulares? ¿Puede pensarse la producción a largo plazo sin ciencia estatal? ¿Es sustituible el saber? ¿En qué tiempo o estructura nuestro país generará los científicos necesarios para que la rueda económica gire?

En el improbable caso de que fuera posible que el sector privado se encargara de esas tareas, la transición implicaría décadas, y la motosierra a la ciencia seria un sendero directo al descalabro productivo.

Más allá de la lógica de la productividad absoluta que atraviesa el discurso del candidato a presidente por La Libertad Avanza, es evidente que no existe vida digna sin arte, cultura, poesía, ni pensamiento crítico, elementos que parecen quedar fuera del de utilidad mercantil que domina el discurso de Milei. Frente a esa barbarie, nuestra posición es clara: defendemos la felicidad del pueblo y las creaciones culturales que engrandecen las experiencias compartidas, sostenemos el fomento a la reflexión y la intelectualidad sin fines de lucro.

¿Milei es un académico formado?

Por otro lado, tampoco llama la atención el desprecio que detenta Milei sobre las ciencias humanas que sostiene el CONICET, dirigiéndose a ellas como producciones “inútiles”, ya que la misma ignorancia que expresa con respecto a la productividad mercantil es la que se manifiesta en su pensamiento político y económico. Javier Milei es una persona con faltas graves en su formación, las redes sociales y los medios tradicionales de comunicación lo han postulado como un académico lúcido con un gran bagaje intelectual, pero en términos concretos este personaje expresa una escasez alarmante en materia de conocimiento además de haber sido acusado con serios fundamentos por el periodista Tomás Rodríguez de Perfil, de plagiar decenas y decenas de páginas en su último libro «Pandenomics», y otras tantas de su propia autobiografía asunto sobre el cual ningún periodista jamás osó preguntarle, ni él brindó explicación alguna.

El más burdo copia y pega en varios de sus libros reelaboró que Javier Milei no es ni un académico ni un bicho de biblioteca, sino un productor de slogans simples y efectistas cuyo sentido común converge siempre en la misma lógica: “las místicas fuerzas del mercado salvarán por sí solas todas las complejidades económicas”. No hay reflexión ni plan estratégico, hay una constelación de ideas poco soldadas, y que se contradicen constantemente, que operan como fórmula mágica capaz de limpiar todo escollo de un chasquido.

Es lo que suele identificarse como pseudociencia: un órgano de ideas dispersas que se implementan en todo campo sin registrar el fenómeno concreto del que tratamos. En materias tan diversas y complejas como educación, arte, ciencia, seguridad, transporte o economía se detecta un idéntico problema sin contemplar matices ni particularidades y se postula una formula universal con una falsa capacidad de saltear toda dificultad.

FUENTE: Enfant Terrible. Nota completa. Por Ignacio Bisignano.