Elecciones

Una elección decisiva

Argentina encara una elección muy importante el domingo. Está en juego un crecimiento económico que podrá ser aprovechado para potenciar definitivamente al país o para desperdiciarlo en otra de las aventuras financieras de los piratas de la city.

Por Redacción PrensaRed • 16/11/2023 23:38 • Tiempo estimado de lectura: 7 minutos

Pasó el debate. No está muy claro el sentido de estas compulsas, pues por lo general más que los argumentos lo que priva en estos encuentros es la necesidad de demoler al adversario. Sin embargo, dada la naturaleza exitista del mundo actual y de la fascinación por el espectáculo que este tipo de cotejo ofrece, el torneo entre dos candidatos se ha convertido en un recurso insoslayable en las campañas electorales modernas. El match Massa-Milei se cerró con un triunfo evidente del primero.

Seguridad, equilibrio, presencia escénica, evidente conocimiento de los temas que se abordaban, diseño de un abanico de medidas prácticas para superar la crisis y encarrilar a la nación, contrastaron con las ocasionales salidas de tono de su adversario y con su incapacidad para ensayar la exposición de los expedientes prácticos con los que se podrían implementar las proposiciones que verbalizaba. Massa gobernó la agenda, bombardeando a Milei con preguntas por sí o por no a las que el candidato de La Libertad Avanza no pudo responder.

Qué hacer con la dolarización, los subsidios, Vaca Muerta, las privatizaciones, la defensa, la seguridad y las relaciones internacionales, fueron temas apuntados por Massa en base a afirmaciones contradictorias formuladas por el candidato de La Libertad Avanza durante la campaña, y a las que Javier Milei no atinó a responder de forma coherente. Si el resultado electoral dependiera de lo visto en el debate de ayer, no hay duda de que el candidato de Unión por la Patria sería el 10 de diciembre el presidente de la república.

Las cosas no son tan sencillas, empero. Personalmente, creo que Sergio Massa se alzará con la victoria en los comicios, no sólo porque es el mejor candidato, sino porque su propuesta de un gobierno de unidad nacional con fuerzas que sustenten una posición nacional popular moderada es la única manera de acabar con una grieta que el país arrastra desde sus orígenes, pero que se ahondó después de 1955 y nos condenó a una sucesión de retrocesos, embestidas anti-industrializadoras, golpes militares, corrupción y violencia, que nos empujó hacia atrás en la escala de las naciones. El período ha estado lleno de altibajos, desde luego, pero su sentido general, si no fue un descenso, sí fue un estancamiento. Que, en las condiciones del mundo moderno, equivale a una decadencia.

Esa grieta está fabricada, constituida y sostenida por un núcleo duro de ruralistas, banqueros y financistas, aliados con núcleos empresarios que nunca han terminado de constituirse en una burguesía nacional. Todos han mirado siempre hacia el exterior sintiéndose parte de un sistema global que les importa más que la base social y cultural sobre la que ejercen su fuerza. Su presencia ha gravitado fuertemente sobre la conformación de la nación, pero puede considerarse que la función relativamente positiva que jugaron durante alguna etapa de la organización nacional, a partir de 1945 se nulificó.

Empacada en una negativa categórica a dar lugar a nuevas emergencias sociales, como la encarnada en el peronismo, y apoyándose en vastos sectores de la clase media que no deglutían al aluvión de la migración interna hacia los centros urbanos de incipiente industrialización, el grupo oligárquico se anotó en cuanto proyecto reaccionario pudo registrar y hasta hoy pudo torpedear o poner palos en las ruedas a cualquier cambio en profundidad que pudo intentarse o insinuarse.

Sus fracasos han sido estrepitosos, sin embargo, y sólo la fuerza bruta y tener a su disposición un aparato comunicacional monopólico, que durante décadas ha machacado a la opinión, le ha permitido que su discurso (que es el que Milei transmite a ritmo de cuarteto) “cuele” y se fije provisoriamente en una masa de gente –joven en gran parte, divagante por las redes sociales y que no encuentra destino- que no dispone de los instrumentos para filtrar ese discurso que con sus reclamos contra la “casta política” y el estado les ofrece dos chivos expiatorios sobre los cuales descargar su ira. Dicho sea de paso, días pasados escuchábamos por televisión a uno de ex asesores de Milei argumentar en contra del estado diciendo que su existencia se remonta a apenas 5.500 años, mientras que la humanidad o el homo sapiens existe desde hace millones, y que en ese lapso no lo había necesitado para nada.

¿Se daba cuenta el buen hombre que si ese es el punto de referencia de los partidarios del anarcocapitalismo lo que en realidad defienden es el retorno a la edad de las cavernas?

Pero basta de chacota. Lo que está detrás del proyecto “libertario” es ni más ni menos que una réplica de los proyectos de Martínez de Hoz y Cavallo, lo que implica la subordinación argentina a los dueños del mercado mundial. O, mejor dicho, a los que hasta ayer fueron dueños de él y que ahora están cediendo terreno como consecuencia de una reconfiguración de las relaciones de fuerza internacionales. Argentina acaba de ingresar a los BRICS; sin embargo, para el candidato libertino la cosa no reviste importancia: se propone romper con ese vínculo y abrogar cualquier tipo de relaciones con países comunistas como… ¡Brasil! Romper con nuestro primer socio comercial (que no es comunista en absoluto) y con China, que sí lo es, implica un disparate solo atribuible a la ignorancia de Milei, que Massa se encargó muy bien de subrayar.

Las naciones, se sabe, fijan sus relaciones no tanto en lo referido a sus afinidades ideológicas sino a sus intereses concretos. Pero Milei no se ocupa de estas minucias: lo suyo es lo macro.

Lo macro, en el caso de Milei, es Macri, jefe de una banda de especuladores, fugadores de dólares seriales, responsable de la deuda monumental que hoy nos acogota. Pero Macri, que hoy intenta reciclarse detrás de la figura de Milei y que para eso traicionó a sus propios subordinados en el PRO, no es sino la máscara actual del proceso de deterioro protagonizado por nuestra clase habiente –me rehúso a llamarla dirigente- que a lo largo de 75 años se ha consagrado a cerrar el paso a un país posible para tratar de fijar –por los medios que fueren- a la Argentina en la situación de atraso que consintió a la oligarquía una relación privilegiada con el imperio allá por la época del Centenario.

Esa prosperidad fue propiciada por la exportación de productos primarios no elaborados y por la exigüidad de la base social que producía esa riqueza. El panorama –nacional y mundial- es hoy muy distinto, pero, ¡oh milagro!, el mundo está nuevamente sediento de las “commodities” que podemos proveerle. Lo cual implica un cuantioso flujo dinerario y la probabilidad del ingreso a un ciclo económico virtuoso.

Es esencial que esta prosperidad en ciernes sea aprovechada por el país todo y no exclusivamente por la casta oligárquica (esta sí que es casta en serio) que obvió en el pasado la oportunidad de usar esos excedentes en industrializar y modernizar la nación, prefiriendo sofocar –a sangre y fuego cuando le hizo falta- los intentos de renovación que protagonizaron los movimientos populares.

Es por esto que el domingo hay que votar Massa-Rossi. No sabemos que nos reserva su gobierno; pero por la composición de la base social que lo llevaría al poder, programa genérico y aptitud de gestión del candidato a presidente es de esperar una orientación progresiva y racional de sus esfuerzos, que nos dirija hacia la estabilización económica, los paliativos para la pobreza extrema mientras se busca recuperar a los sectores por ella afligidos a través del incremento de la producción y el empleo, todo dentro del encuadre de una política regional centrada en la relación estratégica con Brasil. Esperemos lo mejor.

FUENTE: PrensaRed. Por Enrique Lacolla. Escritor, periodista y docente. Fuente Perpectiva http://www.enriquelacolla.com/ Imagen ilustrativa La Nación.