Gremiales
Fabricantes de piqueteros
El piquete es una forma de protesta que los trabajadores desocupados ejercen porque “el capitalismo no les ofrece ninguna alternativa. Contra ello es que los piqueteros se organizan, para garantizar su propia vida”. Luchan en la calle para pedir trabajo y poder comer. Son las políticas neoliberales las que fabrican piqueteros, argumenta el autor. Y explica porqué se producen estallidos no solo en Nuestra América.
Por Redacción PrensaRed • 21/07/2023 09:26 • Tiempo estimado de lectura: 7 minutos
Vivimos tiempos violentos, cuando una nueva y cruenta fase de acumulación originaria tiene lugar en Latinoamérica y el Caribe, ante una inédita concentración de poder, riqueza e influencia social en manos de un grupo cada vez más reducido de la población, mientras vastas mayorías nacionales son relegadas a la marginación y a la desesperanza, a la exclusión, el hambre y la pobreza por gobiernos neoliberales.
Hoy, en varios países de la región, se insiste en criminalizar la lucha de los desposeídos, los que quedaron sin nada gracias a las políticas neoliberales de gobiernos corruptos y antipopulares, en cada uno de los países de Nuestra América. Criminalización, multas, represión y prisión para quienes protesten -trabajadores, estudiantes, desocupados, campesinos, indígenas- es la cantinela repetida hasta el cansancio por políticos y los medios hegemónicos de comunicación.
Las calles de París, Roma y Berlín, entre otras ciudades europeas dan la impresión de una riqueza ampliamente compartida y del confort del siglo XXI. Detrás de las fachadas ornamentadas y de las avenidas ultramodernas existe una realidad paralela: personas hacinadas en viviendas del casco céntrico, deterioradas construcciones suburbanas e incluso campamentos al aire libre sin instalaciones sanitarias.
En Europa se calcula que hay 20 millones de personas viniendo en villas miseria. La exclusión y la pobreza en el primer mundo no la cuenta nadie en los medios. La Unión Europea transita por el peor momento histórico desde su creación y los peligros de desmembramiento y de ruptura de su moneda ya ocupan el centro del debate.
Francia está en el ojo de la tormenta por las protestas y violentos disturbios. El estallido social responde al asesinato de un joven de ascendencia africana de 17 años en las banlieus de Nanterre, al noroeste de París.
América Latina ha sido expuesta al mundo con todas sus cicatrices, denostada por su inestabilidad social y política, castigada por sus crisis y sus éxodos. Los países del primer mundo, que rara vez acercan su mano hacia este continente saqueado por ellos y Estados Unidos, tienen la habilidad de no mostrar su miseria y exclusión.
El brutal ajuste fiscal en Grecia, exigido por el capitalismo usurario y el FMI para «refinanciar» su deuda se presenta como la mecha de un potencial estallido social en cadena que podría, como emergente principal, desencadenar un proceso de crisis política y de pérdida de la gobernabilidad que se proyecte de la eurozona a toda la periferia europea.
Los que salen y toman las calles sienten que no tienen otro recurso, son víctimas inocentes del mismo sistema de asistencialismo que creó el Estado para ayudarlos, pero que es ineficiente y los hunde cada vez más en la pobreza.
¿Causas de los estallidos? Para citar una sola: en 2023 son 735 millones las personas que sufren hambre en el mundo, 122 millones más que los 613 millones de 2019. Y estos datos significan que el hecho de poner fin al hambre en 2030, que se habían planteado como objetivos organizaciones internacionales, será muy difícil de cumplir.
¿Más desocupados que trabajadores?
La Oficina Regional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) señaló que América Latina y el Caribe enfrenta en 2023 un mercado laboral “altamente complejo y cargado de incertidumbre” a causa de una conjunción de múltiples crisis que impactan los mercados de trabajo y hacen necesaria la aplicación de políticas para crear empleo formal. Y por ello se multiplican las ollas populares que garantizan la alimentación solidaria.
Añade que la región es afectada por múltiples crisis a nivel global -persistencia de la pandemia, la guerra en Ucrania-, y al mismo tiempo enfrenta la perspectiva de un crecimiento económico bajo, las secuelas de una elevada inflación, desocupación, limitado espacio fiscal y altos niveles de endeudamiento.
Desde el momento mismo de la fundación de América Latina, el Estado fue una fuente de rápido aprovisionamiento para políticos y gentes influyentes. La clase dirigente vivía del Estado, lo que acabó convirtiéndose en un rasgo permanente: en general, los políticos y funcionarios arribaban al poder para saquear al país. Los políticos son los mayores fabricantes de miseria por antonomasia, contra quienes se alza el dedo acusador de la sociedad, seguramente porque son los más visibles.
A ellos se suman en conchupancia la sombra militar creciente. Esos viejos fabricantes de miseria política, económica y moral en América Latina vuelven a la carga, a veces disfrazados, otras a cara descubierta. Después de obligados a retirarse a sus cuarteles ante la ola democratizadora, han vuelto a poner las botas sobre la mesa: el autoritarismo civil apoyado en los ejércitos y la anemia de las instituciones democráticas con la última era de dictaduras latinoamericanas.
“Hoy el verdadero poder es otra cosa. Es financiero y económico. Cada vez los gobiernos se convierten en simples delegados, agentes que cumplen los mandatos de sus superiores. Más que un gobierno por el pueblo y para el pueblo, nos enfrentamos a algo que podríamos llamar la fachada democrática. ¿Para qué elegir dirigentes políticos sí los financistas tienen todo el poder?”, preguntaba cuarto de siglo atrás el pensador portugués José Saramago.
Los «ranchitos» de Caracas, las «favelas» brasileras, los «pueblos jóvenes» peruanos, los «gamines» colombianos, las «villas miserias» argentinas, los “cantegriles” uruguayos la prueba de la gravedad de la crisis social que se expresa en cruentos procesos de desintegración social y la fractura de las redes colectivas de solidaridad que, no hace tanto tiempo, colaboraron eficazmente a mejorar las condiciones de vida de grandes sectores de nuestras sociedades, desalojados por convivencia social que alimentan el círculo vicioso de la impunidad, el crimen, la corrupción, el narcotráfico, la exclusión social y la marginación.
Violentos por el “darwinismo social” del mercado, con su cortejo de previsibles minorías ganadoras e igualmente previsibles y masivos perdedores.
Si hace 70 años el ingreso per cápita de los países de América Latina equivalía aproximadamente al 50 % del que tenían los habitantes de los países industrializados, esta proporción descendió a la mitad en la década de los 90 y sigue en caída permanente. La polarización parece avanzar de una manera irresistible, tanto en los capitalismos metropolitanos como en los que pertenecen a la periferia del sistema.
Cada año mueren alrededor de 16 millones de niños a causa del hambre o de enfermedades curables, buena parte de ellos en esta parte del planeta, hecho que es invisibilizado por los medios hegemónicos de comunicación de masas, gigantescos emporios privados que dominan sin contrapesos, nuestra esfera pública, reproduciendo una visión conformista y optimista de la realidad, para ocultar los estragos que las políticas neoliberales produjeron y siguen produciendo en nuestros países.
Un estudio del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) señala que en cuatro años los niños victimizados por la violencia neoliberal, violencia “institucionalizada” que se oculta tras los pliegues del mercado, igualan a los 60 millones de muertos ocasionados por la Segunda Guerra Mundial. Como bien lo observara Ernest Mandel, “cada cuatro años una guerra mundial contra los niños.”
Añade que con una pequeña burguesía conservadora y en conjunto próspera, el neofascismo no tiene ninguna posibilidad objetiva de ganar una amplia base de masas. Los ricos propietarios no se lanzan a combates en la calle contra los trabajadores revolucionarios o los estudiantes de extrema izquierda.
Hoy se hace necesario superar la camisa de fuerza de la “alternancia sin alternativas” que predomina en la política de nuestros días a partir de la aceptación sin discusión de la bondad del “modelo” y evidenciada en la verdadera competencia partidaria para ver quién otorga mayores y mejores garantías a sus excluyentes beneficiarios.
El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) indica que en lugar de discutir los inocultables problemas que ha suscitado el ajuste neoliberal, tales como: crecimiento escalofriante de la deuda externa y la consiguiente vulnerabilidad de la economía, los desajustes fiscales, el colapso de las economías regionales, regresividad tributaria, empobrecimiento extremo de las clases y capas populares, desprotección social, auge de la violencia y la inseguridad ciudadana, la clase política se empeña en preservar a todas costas un modelo que condena a las mayorías y destruye los fundamentos mismos de la vida social.