Violencia Institucional

La tortura como solución a la tortura

La sedimentación de significantes punitivistas van creando una moral identitaria argentina que se evidencia en expresiones espectaculares que sintetizan la cultura represiva construida y celebrada por el progresismo.

Por Redacción La Luna con Gatillo • 17/01/2024 13:40 • Tiempo estimado de lectura: 13 minutos

Mayo del 2013, Videla muere sentado en un inodoro de una cárcel común. No es necesario tener una fotografía para que esa imagen quede como estampita victoriosa de la venganza legitimada, del sadismo del bien. Se celebra así la cárcel común y su falta de diferencias con el infierno. Este año, mientras sucede el famoso juicio a los rugbiers, se divulga con deseo y morbo el deteriorado estado de las cárceles y se ansían los crímenes y abusos que pueden suceder allí. Parte del movimiento feminista exige condenas sin pruebas, basa sus consideraciones de abuso en el caso de Lucía Pérez en una moral infantilizante y conservadora para no dejar atrás al victimario ideal que les habían ofrecido aparentemente de manera errada una fiscal irresponsable en su principio. El juicio deja de ser importante, ahora lo que importa es la condena; una pena abominable más allá de la atrocidad del delito. Una sed de pena de muerte escondida en eufemismos legalistas. Como en el juicio a los rugbiers donde se enunciaba “justicia es perpetua”, la única queja de gran parte de los feminismos contra la justicia es el reclamo de mayores penas. “La perspectiva de género” de la justicia sería adquirida a través de más cárcel. Los amicus curiae habilitados en el juicio de Lucia Perez (Secretario de Derechos Humanos, una diputada y ministra del Ministerio de la Mujer) fueron incisivos en su postura con “perspectiva de género” remarcando su sentencia como femicidio (a pesar de las pruebas), haciendo hincapié en las edades de cortas distancia y otras cuestiones morales como el consumo de drogas. En el 2017 Micaela García es asesinada por un hombre en libertad condicional, y en consecuencia nace la Ley Micaela que se propone capacitar los tres poderes del Estado en perspectivas de género y la ley Petri. Dando por sentado que su crimen podría haber sido evitado al denegar su libertad condicional en el primer caso de la primera y la segunda quita el derecho a salidas transitorias para una amplia gama de delitos como delitos contra la integridad sexual. La perspectiva de género se propone como un endurecimiento de la cárcel y abolición de derechos de los presos.

La mayoría de las organizaciones de derechos humanos y feminismos encarnan sus reclamos en la demanda de justicia y cuando dicen justicia, se refieren a la justicia penal y el sistema carcelario. “Juicio y castigo”  por si había alguna duda de su carácter punitivista. La mayoría de las organizaciones de derechos humanos y feminismos extienden su jurisdicción hasta los muros de los penales que se encuentran más allá de su preocupación. Al evitar el territorio carcelario dentro de su categoría de “humanidad” o “feminidades”, la justicia que reclaman puede seguir dependiendo de condenas. La cárcel es un sistema sofisticado de tortura y genocidio de los marginalizados para evitar una discusión compleja y a fondo de los conflictos sociales propios de esta sociedad capitalista, racista, capacitista, machista en la que vivímos. La despreocupación por los centros de torturas llamados cárceles por parte de estas organizaciones perpetúan aquel nefasto “algo habrán hecho”. En el mejor de los casos, cuando algún político estrella se encuentra tras las rejas, ciertas organizaciones acusan a la justicia de injusta y a las cárceles como falencias de un sistema precario a las que hay que mejorar y multiplicar. 

La sedimentación de significantes punitivistas van creando una moral identitaria argentina que se evidencia en expresiones espectaculares que sintetizan la cultura represiva construida y celebrada por el progresismo. Este año la película “Argentina 1985” fue nominada a los Oscars. El último galardón ganado por una producción argentina fue “El secreto de sus ojos”, también protagonizada por Ricardo Darín. Ésta contiene todos los ingredientes identitarios argentinos: Darín, Francella, el fútbol, un humor porteño canchero y un recorrido superficial por la historia política argentina. La trama se desarrolla forzosamente a través de una investigación del asesinato de una mujer. El asesino no solo es un femicida, sino que además escapa de la justicia gracias a sus contactos con el gobierno militar. Por la investigación de esta causa muere el personaje de Francella cuando intentan asesinar a Darín. Es decir, el antagonista de la película es el mal por excelencia, femicida y aliado de la dictadura. El desenlace o el “plot-twist” de la película es que el novio de la víctima quien dice haberse olvidado del caso, en realidad, tiene capturado al asesino en una celda en el fondo de su casa. Cuando es descubierto por Darín este le recuerda lo que el abogado le había prometido años atrás: “Ud. dijo perpetua”. Darín se retira y la trama da un giro drástico, terminando con una escena de un amor inconcluso y obviando el dilema de la escena anterior, cerrada como una idea de justicia. El novio de la víctima, interpretado por Pablo Rago, secuestra y tortura a quien asesinó a su novia hace 25 años y homologa esta justicia por mano propia a la condena perpetua. (Ignorando que perpetua en Argentina y sobre todo en el año que pretende representar la película, tenía un límite de tiempo y mínimos derechos) En un diálogo entre Darín y Rago, Darín hace énfasis que no importan los años y estaba seguro que él no había olvidado lo ocurrido, lo que se confirma luego (ni olvido ni perdón). La película reafirma la premisa del castigo como única respuesta posible al dolor. El asesino en la película encarna la maldad absoluta, es violador, asesino y aliado de la dictadura. Es un personaje del mal individual asociado con el mal político. Un personaje al que solo se lo conoce a través de su delito y su perversión absoluta. Porque el mal, como insiste la película, solo está hecho por malos y perversos. Rago secuestra y tortura, hace justicia por mano propia. Secuestra y tortura como la dictadura, como la cárcel, pero la moral punitivista, Darín y la sociedad argentina justa avala y calla porque ellos jamás serán malos aunque sean cómplices de la mismas torturas que pretenden condenar. Tal vez posicionarnos en el personaje de Rago sea más consecuente y menos hipócrita que posicionarnos en el de Darín; entendernos así como torturadores y deseantes de ejercitar esa tortura sin delegarla a terceros (el Estado) como Darín. “El secreto de sus ojos” es una película que plantea exportar el ser argentino, el Darín del Darín, el Francella del Francella. La película reafirma otro ingrediente patriótico: el castigo como única respuesta al dolor que se justifica doblemente con una justicia política única en el mundo, un triunfo de la justicia que ocurrió solo en este territorio y debería ser un ejemplo exportado, merecedor de todos sus galardones. Lo mismo se propone “Argentina 1985”. Ambas películas reafirman el encierro del mal como un ejemplo de justicia de Argentina para el mundo. 

El personaje de Darín encarna una moral argentina actual: entiende a la justicia como una condena que puede trascender el derecho y lo humano justificándose en aquellos que violaron el derecho y lo humano en el pasado. Darín entiende lo humano con derechos hasta la reja y se permite no hacerse preguntas del otro lado de los barrotes para continuar su vida amorosa con Villamil. La moral argentina tiene una frontera clara: no incluye aquello que sucede en las jaulas, que es justamente aquello que pretende condenar.

Es verdad que Argentina es uno de los pocos países que han utilizado sus herramientas punitivistas para castigar a quienes ordinariamente no se castiga: algunos de los poderosos y tiranos. Existe una condena social hacia aquellos que orquestaron el secuestro, asesinato y tortura en centros de torturas. Pero, siendo esos los delitos de lesa humanidad, ¿será posible repensar las herramientas de justicia que se proponen, justamente, encerrar y torturar miles de personas en centros de tortura llamados cárceles? Cuando fue el famoso escándalo del 2×1, la indignación pasó por no permitir una ley benigna hacia los delitos de lesa humanidad. Una ley que propone algún tipo de compensación para aquellos que estuvieron presos en calidad de inocentes con prisión preventiva, sin condena firme. La única discusión con respecto a esa ley fue para garantizar más cárcel a los represores, pero nadie se cuestionó porqué la mitad de quienes están privados de su libertad no tienen condena firme, es decir, son inocentes ante la ley. Tampoco se discutió  el motivo de esa ley que en 1994 se propuso como una respuesta a la sobrepoblación carcelaria (que hoy es aún mayor) y sus nefastas condiciones. Una vez más, la moral solo se ocupó de quienes están por fuera de las jaulas, no de quienes están dentro. 

Hoy, en democracia, continúa el terrorismo de Estado. Las cárceles son centros de tortura y muchos de quienes están privados de su libertad, ni siquiera tienen condena firme. Pensar en la cárcel como una posible solución al fascismo es pensar en el incremento de portación de armas como solución para los tiroteos en USA. En este país, repensar la cárcel se convierte cada día en una discusión más lejana ya que nuestra identidad nacional que nos hace hinchar el pecho frente al mundo, y por el cual se nos premia, se forja alrededor de la implementación de la cárcel contra los genocidas. El sistema judicial y penal se reafirma y actualiza como justo porque fue capaz de incluir en la tortura de miles de marginalizados a algunos tiranos que ocupan el centro de las discusiones carcelarias, invisibilizando las miles de personas que se encuentran en esos centros de terrorismo de Estado. El sistema penal y la cultura punitiva se reafirman al ser la solución victoriosa de los derechos humanos luego de muchos años de lucha. Pensar la cárcel solo para exigirla en el caso de los genocidas y violadores es negar su verdadera función de exterminio de los marginalizados. La cárcel nunca fue una instancia de reparación o rehabilitación ciudadana, sino un centro de tortura de aquellos “que algo habrán hecho” no como el resto de los libres, que son buenos y nunca estarán encerrados. La cárcel es la perpetuación de los centros de tortura de la dictadura. La figura del violador y el genocida permite al sadismo del bien verbalizarse sin culpa, celebrar la tortura que se ejerce no solo sobre ellos, sino sobre miles de personas que lejos están de ser el personaje del villano estereotipado en “El secreto de sus ojos”. Nos habilita pensarnos buenos y no cómplices de esos conflictos sociales, nos permite condenar individuos para evitar discusiones sobre nuestra sociedad capitalista, machista, racista, clasista, capacitista. Nos ahorra de la incomodidad de sabernos complices en la tortura. Los condenados expían nuestro odio para considerarnos gente de bien. A la dictadura no la hicieron solo los dictadores y nadie puede garantizar que tu hijo no sea quien pateó aquella patada final en las reiteradas peleas adolescentes. Los conflictos sociales que desatan atrocidades son más que individuos malos; es un sistema del cual somos cómplices cada vez que celebramos una condena y esquivamos su debate. Celebramos una condena que garantiza la tortura de miles de personas, la mayoría que no encarnan el “mal” como nos quieren hacer creer. “La banalidad del mal” que enuncia Arendt nos comprende a nosotros también que asistimos a la justicia como espectadores.

Victoria Villarruel, vicepresidente electa del gobierno democrático que expresa más abiertamente su carácter represivo sin precedentes mencionó hace un tiempo el abuso de las preventivas haciendo foco en sus presos predilectos, los acusados de participar en los crímenes de la última dictadura militar, pero mencionando a todos los presos que se encuentran con preventiva y son inocentes ante la ley. Villarruel, representante de la nueva ultraderecha, recuerda en segunda instancia, pero al menos recuerda, a todos los presos con preventiva algo que la progresía evitó discutir para “no hacerle juego a la derecha”. 

No hace mucho, Berni, Bullrich y otros políticos argentinos celebran las políticas carcelarias de Bukele. Si la mayoría de las organizaciones de derechos humanos y feministas encuentran su justicia en el sistema penal y carcelario, ¿Quién se opondrá al crecimiento de los centros de tortura? ¿Quién propondrá una alternativa al castigo frente al dolor? Hoy estamos sumergidos en una catarata de DNUs y proyectos de ley que planean aseverar el ejercicio de las fuerzas represivas del Estado. Se argumentará, como se lo hizo en su momento, que “no es momento” para cuestionar ciertas verdades y que con la avanzada de la ultraderecha no es momento de repensar en profundidad alternativas a las soluciones represivas consideradas progresistas. Complejizar sobre los conflictos sociales y el dolor no es tarea sencilla. Cuestionarnos sobre cómo se han encontrado soluciones en el pasado y cómo encontrarlas ahora es todavía más difícil. Indagar sobre una moral e identidad construida estará llena de acusaciones como lo estuvo en su momento cuando se la creó. Tal vez consistiría en llevar ese cuestionamiento más allá de las rejas y la conclusión no será simple. Tal vez terminemos cuestionándonos más que la cárcel, tal vez también nos cuestionemos al Estado y todas sus fuerzas represivas, así también como la cultura que nos hizo pensar en ellas como posible solución. Tal vez en este momento en el que la ultraderecha se radicaliza, es también tiempo de radicalizar las ideas y resoluciones de conflicto antirrepresivas.

Podrán decir: ¿Quién es una para cuestionar los derechos humanos si no vivió la dictadura?¿Quién es una para discutir la ocupación de Israel en territorio Palestino si no vivió el holocausto?¿Quién es una para oponerse a la baja de edad de imputabilidad si no le secuestraron y mataron un hijo como Blumberg? Estas trampas morales que evitan nuestra incomodidad permiten la perpetuación del castigo como respuesta al dolor. Pero el costo de evitarnos esa incomodidad son 200.000 encerrados y torturados; en su mayoría marginalizados que no son genocidas o femicidas, sino pobres y marrones que alimentan nuestra sed de terror.